El último libro de Francisco Durand (1) nos trae una fresca mirada a los Grupos de Poder Económico peruanos. Ahora 6 de los 12 son “grupos provincianos emergentes”, que vienen de todas las regiones del país: Rodríguez Banda (Arequipa, Gloria), Añaños (Ayacucho, bebidas gaseosas), Huancaruna (San Martín, Lambayeque, café), Acuña (Cajamarca, La Libertad, educación), Dyer (Huánuco, Ucayali, pesca, agroindustria), Flores (Huancavelica, Ica, Topitop, confecciones). Nos dice Durand que estas nuevas fortunas de origen popular y provinciano se han forjado al calor de la nueva política económica desde 1990 y que esto ha traído consigo una “democratización” del poder económico, pero que no se traslada al plano de la sociedad, donde persisten los problemas de siempre. Se habría producido, pues, una neo-oligarquización de los GPE. Los 6 limeños son conocidos. Están el Grupo Romero (Credicorp, Alicorp), Brescia (BBVA Continental, Breca, minería, pesca), Benavides (Buenaventura, Yanacocha), Rodríguez Pastor (Intercorp, Vivanda, Plaza Vea), Graña y Montero (GyM, construcción) y Ferreyros (Ferreycorp, importación de maquinaria). Nótese acá la propiedad de bancos, lo que no tienen los provincianos. Y hay quienes ya no están, como Bentín, Galsky, Nicolini, Picasso y Wiese. Y también los que siguen, pero están en declive, como el grupo Raffo (textiles) y Delgado Parker (medios de comunicación), entre otros. ¿Se ha producido una “fusión de élites” entre limeños y provincianos? No. Dice Durand que no hacen negocio juntos y que hay incluso una separación entre ellos: cada cual va por su lado, a pesar de que ya tienen casa en los mismos barrios. Esta separación de las élites económicas, dice Durand, también se traslada a la sociedad en su conjunto y a los partidos políticos, donde algunos pesan más que otros. Lo que sí comparten es la voluntad de preservar el carácter familiar de la empresa y no perder la propiedad ni el control. Y si bien las nuevas prácticas empresariales obligan a incorporar gerentes profesionales, lo “normal” es mantenerlos a distancia, a diferencia de lo que sucede en los países industrializados, donde la lógica empresarial (corporativa) es la regla y no la excepción. Un tema importante gira alrededor del carácter “emprendedor” que muchos analistas han adjudicado a estos grupos provincianos emergentes, como si este único atributo –super importante– fuera suficiente para su caracterización. Añadimos nosotros que, por ejemplo, sin las preferencias otorgadas desde 1990 por la Unión Europea y Estados Unidos (ATPA), que permitieron la entrada con arancel cero de los productos agrícolas y textiles a esos mercados, la “emergencia” hubiera sido más complicada. En el caso concreto de los apóstoles agroindustriales (como Dyer y Flores), su despegue hubiera sido más complicado sin las inversiones del Estado en las irrigaciones costeñas, que incorporaron 100,000 hectáreas, por un monto de US$ 6,000 millones (Chira-Piura, Olmos-Tinajones, Jequetepeque-Zaña, Chavimochic), de los cuales solo se ha recuperado el 7% (2). También se analiza el lugar de los GPE –en un amplio capítulo donde se repasan los diferentes enfoque teóricos– en el proceso de globalización, que tiende a uniformizar y estandarizar las políticas económicas y comerciales (la UNCTAD dice que el recorte de margen de acción para las empresas nacionales debe modificarse a través de mayores espacios para políticas –Policy Space–). Como parte de este proceso, existen inversiones de nuestros apóstoles en varios países de la región. Lo mismo vale al revés, aunque decuplicado, pues el capital extranjero tiene, proporcionalmente, una mayor participación, lo que resalta claramente en el hecho que en 4 de los 5 grupos limeños su participación (sumada a la de los inversionistas institucionales) supera el 50%. Por tanto, si bien Durand dice que “los GPE peruanos son conglomerados originados en el Perú cuya dirección y propiedad, salvo excepciones, está mayoritariamente en manos de peruanos”, agrega que “enfrentan una posibilidad de desnacionalización parcial o total al vender sus acciones en la bolsa”. Como le pasó a Backus, pongamos. Para terminar, la relación con el Estado les importa, sí, como lo demuestran las “puertas giratorias”. Pero es una relación instrumental, a la medida de lo que les interesa conseguir. Constata Durand que se aprecia una “vocación de acumular”, pero no de mandar. No hay visión de país, como en Colombia o Chile. Tampoco se aprecia que nos coloquen en la agenda del siglo XXI promoviendo una diversificación productiva (aunque hay esfuerzos, como los de Intercorp trayendo a Michael Porter). Pero eso sería mucho pedirles, porque eso corresponde al Estado. Y este gobierno de empresarios poco o nada quiere saber del asunto. 1) Los doce apóstoles de la economía peruana. Una mirada social a los grupos de poder limeños y provincianos, Fondo Editorial PUCP, Lima. 2) Lorenzo Eguren, Estimación de los subsidios en los principales proyectos de irrigación, CEPES, 2014.