El miércoles 27 de setiembre, a las 7 p.m., se inicia el Festival de Poesía de Lima organizado por el poeta Renato Sandoval, en el auditorio de la Biblioteca Nacional. Un festival que trae a poetas de muchos países y que cuenta con apoyo de muchas instituciones. Hace varios meses, los poetas Luis Enrique Mendoza y Bruno Polack denunciaron a Sandoval y a su tesorero, Javier Llacsacóndor, de malos manejos económicos y financieros del festival realizado el año 2012. Por su lado, el descargo de Sandoval es que no hay una sola prueba en su contra y que los gastos siempre han sido en canjes y no en dinero. Sobre el tema en concreto, creo que le correspondería a la justicia peruana decidir quién está en lo cierto o no, previa formalización de la denuncia de parte de Polack y Mendoza si lo consideran conveniente. Esta situación me permite mencionar que, a lo largo de los 33 años que tengo en este oficio (mi primer libro lo publiqué en 1984), no he dejado de escuchar y ver peleas, acusaciones, insultos, debates poco poéticos, difamaciones y cruces de calificativos entre poetas peruanos del Perú (perdonen la tristeza). Muchos de mis amigos y amigas, a quienes verdaderamente admiro y quiero, han dejado de hablarse por años por una reseña, una mención negativa en un libro o ¡una nota a pie de página! Como les suelo decir a mis alumnos de Literatura: ¡¿a quién diablos le interesa la poesía?! En el Perú es una actividad tan lateral, ninguneada —a pesar de Vallejo, a quien nadie lee—, de segundo o tercer nivel, sin auspicios, sin lectores, sin apoyo, sin compensaciones, sin financiamiento de ningún tipo. Conozco a un puñado de editores (Paracaídas, Borrador, entre otros) y un puñado de libreros (Carnero, La Libre) que fomentan casi heroicamente la lectura de poesía. Pero, francamente, no serán ni cinco mil personas las que lean poesía en todo el país de 32 millones de peruanos. Entonces, ¿por qué estas tensiones fratricidas? Solo hay una respuesta: egos. El campo de la poesía —como diría Bourdieu— es tan pequeño que, al parecer, todos se linchan por entrar, evitar salir o permanecer en la parte más bonita del mismo: el escaparate. Finalmente, estas discusiones se limitan a un mundo muy cerrado y muy limeño: en otros parajes peruanos la poesía sigue siendo oral, efímera, no letrada y cantada. ¿El FIP Lima se está valiendo de su dedicación a la poesía de mujeres para soslayar sus problemas éticos? Espero que no, francamente. Porque además de todas las situaciones que he relatado, otra del mundo literario, es su franca misoginia aderezada de una cierta benevolencia, lo que provoca un sentimiento de superioridad jerárquica de parte de la gran mayoría de varones. Por eso es que, en las redes sociales, ha aparecido el Comando Plath, un grupo de mujeres hispanohablantes que denuncian el acoso y reivindican para sí la visibilización de las mujeres escritoras: no en balde Sylvia Plath es el icono. La poesía en el Perú no es “esa cosa bonita” a la que las grandes mayorías apenas le echan una mirada de soslayo como si fuera el aburrimiento solemne. Es un oficio cruel que, para regocijo de nosotros las y los lectores, algunos y algunas impenitentes siguen acometiendo.