Lo predecible del Estado consiste en una obviedad: nadie puede hacer aquello para lo que no está autorizado. Al revés que en el mundo de los ciudadanos –donde podemos hacer todo, siempre que no esté prohibido– el poder de los funcionarios públicos está limitado únicamente a lo que la ley les permite hacer. Por eso, es difícil ponerse creativo en el Estado democrático. Implica modificar la conducta de un aparato gigantesco de engranajes concebidos para limitarse, los unos a los otros, dentro de, a la vez, un poder limitado. Es por eso que el Estado va más lento que la velocidad a la que se mueve una sociedad libre, pero a cambio, escapamos de autocracias de poderes ilimitados. Una por otra. Pero ¿qué pasa cuando cada actor asume un papel que no le toca? ¿O cuando, en el escenario, se hace mutis cuando todos esperan que se entre a escena? En estos días, el gobierno central ha tenido un extraño problema. Cada actor político ha tomado las facultades que la ley le da al otro. Y el pandemonio sería un sainete cómico si no fuera porque lo que está en juego es un drama. La ministra de Educación no sabe con quién negociar la huelga de su sector. ¿Le pide a los congresistas que ellos se lo digan? ¡Sí, como lo más natural del mundo! El ministro del Interior no le dice con quién negociar, pero sí le advierte con severidad quién no negociar ¡por terruco! El ministro de Trabajo, al que le tocaría establecer un Registro Sindical del sector público, sale corriendo de la escena. Aparece Keiko Fujimori exigiendo cambio de Ministros, pero –error fatal del apuntador– no sabe qué cartera ocupa Fiorella Molinelli. Corrigen el error sobre la marcha y el video resulta un solo de parches y saltos. En simultáneo, una congresista fujimorista dice que ellos apoyan a todos los maestros, “terroristas o no”. No, no es broma. Y otro, de la misma bancada opositora, los recibe, luego de intentar hace pocos meses, censurar al ministro del Interior por no ver a unos terroristas que, ahora sí ve por todas partes, mientras los fujimoristas los abrazan. A esta altura del espectáculo, la audiencia ha pasado de la sorpresa a la absoluta confusión. Pero hay más. El caso Lava Jato explotó con el encubrimiento fiscal de Keiko Fujimori y ella cree que puede tapar el escándalo sin proponer nada. Su movida es robar escena y afirmar que solo con unos cambios mágicos se van a olvidar de ella. A la misma hora, un asesor de muy alto nivel, filtra el rumor de la renuncia de la ministra de Educación, pero con el mensaje de que “es por culpa del ministro del Interior”. No había renuncia, pero basta la filtrada para hacer llegar el mensaje de “con mi Ministerio No Te Metas”. ¿Y el primer ministro? Muy contento porque crecimos más de tres puntos en junio. ¿Y el roche entre sus ministros? ¿Y Lava Jato? ¿Y Keiko Fujimori robando escena? No sabe, no opina. Otro mutis. El presidente es, un día, un pan de Dios con los maestros y al día siguiente lo hacen grabar un video con una firmeza fingida que no solo lo deja en ridículo –a estas alturas ¿importa?– sino que no resuelve nada. ¿Y cuando tenía que responder a Fujimori? ¡Estaba con los bomberos! ¿No era importante saber si la adversaria más feroz de este gobierno estaba rompiendo la tregua o solo buscaba cámaras para que no se hable de las confesiones de Marcelo Odebrecht? ¿Alguien del gobierno lo está averiguando? No se sabe, ni se sabrá. Cuando Saavedra se fue, dejó a Martens con un consejo claro. Pase lo que pase, solo se negocia con el Comité Ejecutivo Nacional del Sutep. Se hacen las concesiones que se tienen que hacer, pero solo con ellos. ¿Por qué? Porque hace 30 años que son el mal menor. ¿Le hizo caso la ministra? No. Ahí tienen los resultados. No se puede ir ahora porque, ¿quién va a arreglar el desmadre nacional de decenas de liderazgos atomizados en busca de reconocimiento sindical? Pero primero limpias lo que ensuciaste y después te vas. Sin embargo, el Congreso ya quiere censurarla. Keiko ya pidió cabezas: Educación, Salud y la de esa ministra que no sabe en qué ministerio está. Todos para afuera. Un desastre en escena. Una huelga mal manejada a caleteado a un gobierno enano frente a un Estado inmenso que se lo traga día a día. Los espectadores no aplauden. Pifias y tomates podridos al escenario político. Cae el telón. Pero el lunes se volverá a levantar. Nadie sabe con qué calidad de presentación, pero se avanzaría mucho si al menos el Director hace respetar el rol que le toca a cada uno de los actores. Por ahí se empezaría a mejorar la puesta en escena.