Hace pocos días falleció Armando Sánchez Málaga, privilegiado actor dentro de la música académica peruana. Su muerte reviste una gran pérdida para la cultura nacional pues pocos como él han aportado tanto al país en los campos de la composición, la investigación musical, la curaduría y la docencia. Su legado es incalculable y contrasta con la proverbial modestia por la que era conocido entre sus estudiantes y colegas. Él cumplió en la Pontifica Universidad Católica del Perú una muy destacada labor en el curso de Apreciación Musical y se halló en la génesis y el desarrollo del Coro de Madrigalistas, del Coro Femenino, del Conjunto de Música Antigua, del Cuarteto de Cuerdas PUCP y el Cuarteto de Guitarras Aranjuez. Asimismo fue director del Centro de Estudios, Investigación y Difusión de la Música Latinoamericana. Editó para la PUCP varios discos dedicados a la interpretación de compositores nacionales y extranjeros y, fruto de su conocimiento de la música peruana, publicó Nuestros otros sonidos: la música clásica en el Perú, estudio que abarca desde el periodo virreinal hasta la época contemporánea y que es ya referencia obligada para los estudiosos de este campo. Entre sus composiciones destacan Madrigales para coro a cappella, Preludios y fugas para piano, Canciones y danzas populares para niños para piano, Preludio, fuga y coda para violín y cello, y Movimiento sinfónico. Fue, con justicia, reconocido con la dirección honoraria de la Orquesta Sinfónica Nacional, y recibió el diploma y la medalla de honor del Congreso de la República, las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta, el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Medalla Jorge Dintilhac, otorgada por la PUCP a personalidades destacadas en ciencias, artes o las letras. Armando experimentó con sincera pasión un amor al arte que constituía el centro de su vida, un entusiasmo optimista y encendido, a veces, incomprendido. En un mundo cada vez más dominado por el ruido y la disonancia, oír con atención la obra que él ha dejado nos ayuda a brindar armonía a la existencia y ello ocurre porque a través de su singular proximidad a la música nos ofrecía un vibrante ejemplo de ese arte que, aboliendo lenguajes diversos, nos abre el terreno universal de los afectos. Su vida nos enseña que no debemos entender a la cultura como un lujo ni tampoco como un complemento para adornar nuestra existencia. Deberíamos sentirla más bien como el lugar en el que adquirimos la plenitud de la experiencia humana, en el que somos realmente libres. En relación con lo dicho, la universidad ha de ser uno de esos espacios privilegiados en los que se debe preservar el arte, que es un fin en sí mismo y por tanto está más allá del negocio. El trabajo de Armando fue una tarea llena de amor que nos inspiró para entender mejor la recta tarea de la formación humana dentro de esa comunidad privilegiada que es la universidad. “En la música –sostenía Schopenhauer– todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad”. Armando Sánchez Málaga amaba la música porque amaba la vida, porque esa era su manera de interpretar el mundo convirtiéndolo así en belleza sin par.