Viajo con frecuencia y facilidad a nuestras ciudades globales. Hace poco, después de aterrizar en el aeropuerto John F. Kennedy, de Nueva York, procedente de Heathrow, Londres, pasé por el habitual registro del Control Automatizado de Pasaportes que escaneó mis documentos y mis huellas dactilares, los que fueron reconocidos completamente. Mientras me encontraba en este trámite, una oficial se aproximó y me dijo que era necesario que me sometiera a una revisión adicional. Ella no me explicó por qué, salvo que mencionó que mi nombre -Mohammed Fairouz- era “súper común”., Mohammed Fairouz. Traducción: Ángel Páez Cierto, mi nombre es común, pero mis huellas digitales no lo son. De modo que no sentí que me estaba metiendo en un problema. Así que la seguí a una habitación separada. Ahí llevaron mi equipaje con mi laptop y que me indicaron que no podía usar mi teléfono móvil. Los incompetentes y agresivos oficiales me escoltaron a otra habitación donde me sentaron en una silla de plástico sin posibilidad de escuchar música o leer un libro. Y tampoco me dieron mucha información sobre el procedimiento que estaban haciendo, salvo de que “tomaría horas”. ¿Horas? Acababa de llegar de un vuelo de ocho horas. Al final pasé casi cuatro horas sentado en el JFK sin acceso a nada de lo que era mío. Soy compositor. Y estaba retenido en un aeropuerto bautizado con el nombre de una persona que habló sobre el respeto del gobierno a las artes y al artista. No hay nada más terrible para mí que perder el potencial y el capital humano. En esas tres horas y media pude haber compuesto un breve estudio para piano o editado un movimiento de mi ahora retrasado ciclo de canciones para un cuarteto de cuerdas. En lugar de dejarme hacer algo productivo, los oficiales me ladraban diciéndome “¡Siéntese!”, al tiempo que cada vez que podían recordaban en voz alta a la gente que pasaba mirando que “nadie abandona esta habitación si no está limpio”. A todos por igual, los que no teníamos orden de arresto ni enfrentábamos cargos, nos trataban como criminales: éramos culpables hasta que se demostrara nuestra inocencia. Nunca he sido detenido. No tengo antecedentes criminales en ningún país. Es más, ni siquiera estoy seguro de ser capaz de herir a una mosca. En mis tiempos libres me dedico al voluntariado para niños necesitados y a la protección de animales. Nunca me comportaría de manera hostil e insensible como lo hicieron los oficiales conmigo y los demás detenidos en ese día. No estaría seguro de vivir tranquilo si hiciera eso. Si hubiera sido más joven probablemente tendría miles de preguntas sobre cómo podría remediar la situación. Pero en 2017, sé que nada de esto tendría algo de bueno. Está claro para mí que con la cooperación nada hubiera conseguido de todas maneras. Vi llegar un vuelo procedente de América del Sur y cómo una joven mujer que no podía hablar inglés fue irrespetuosamente confrontada por los oficiales. Después que hubo terminado la humillación y ella se encontraba notoriamente angustiada, le dijeron que enfrentaba un problema y que podía llamar a un número gratis para presentar su queja, aunque era evidente que estaba tan agotada que lo que más le importaba era solo llegar lo más rápido a la puerta de salida. Los oficiales sabían que esa persona, quien difícilmente era capaz de articular una frase en inglés, nunca se atrevería a incursionar en las complicadas estructuras de cualquier “servicio al cliente” del gobierno de los Estados Unidos. De cualquier modo tampoco les molestaría que lo hiciéramos alguno de nosotros que estamos en condiciones de navegar por esos sistemas. Porque hemos aprendido de la manera más dura que al final de la telemaratón por el laberinto preestablecido, nuestras demandas no serán escuchadas o atendidas de cualquier forma. Y es por eso que escribo este artículo. Me dijeron que me quejara. Y aquí está: Si tienen alguna respuesta o explicación por el comportamiento que tuvieron, los escucho. Otros países cuentan con líneas telefónicas destinadas a los ciudadanos y residentes. Algunas de esas líneas están diseñadas para agilizar el proceso de entrega de pasaportes de la manera más transparente posible. A menudo el que te estampa el sello es alguien que te dice “Bienvenido a casa”. Por cierto, algunos tuvieron esa experiencia en Estados Unidos, pero yo no. El comportamiento que experimenté y observé caracteriza a los Estados Unidos de la forma más vergonzosa posible. Puesto que los hombres y mujeres del servicio de Aduanas y Protección de Fronteras de los Estados Unidos están interesados en lo que hago, acabaré con la siguiente nota. Estuve en el Reino Unido en la grabación de un disco para una orquesta de cuerdas que el director del Festival Internacional de Manchester describió como “emotivo y conmovedor”. Y en estos momentos me dedico a un ciclo de canciones que reimagina musicalmente tres poemas icónicos de Edgar Allan Poe, un poeta norteamericano cuyo trabajo hace que en la actualidad el entramado de Estados Unidos sea grandioso. Un arte así nos ofrece un motivo de orgullo -y no de vergüenza- por nuestra contribución al mundo. “La música posee encantos que apaciguan al corazón salvaje, suaviza las rocas o encorva al duro roble”, escribió William Congreve. Los oficiales están invitados a pensar sobre su comportamiento. Podrían aprender algo, o mejor todavía, sentirse conmovidos. Escucha la música de Fairouz: https://www.youtube.com/watch?v=myJ7xggYARg