Basta recordar esta estampa para hacerse una idea de la magnitud de los cambios que la escena política peruana ha experimentado en este sorprendente 2018.,Hace un año Pedro Pablo Kuczynski era presidente del Perú, Keiko Fujimori era la personalidad más poderosa del país, mientras su hermano Kenji desafiaba su poder –en nombre de la liberación de su padre– encabezando una escisión que amenazaba con llevarse una treintena de parlamentarios. Martín Vizcarra –un completo desconocido para la gran mayoría– estaba literalmente en la congeladora, de embajador en Canadá, mientras el puesto que le correspondía como primer vicepresidente era usufructuado por la segunda vicepresidenta, Mercedes Aráoz, más afín al regio círculo de lobistas que rodeaban a PPK. El alegre carrusel de negociados del presidente en ejercicio continuó hasta el último día de su mandato. Los medios de comunicación estaban copados por lo más graneado de la patanería fujimorista: Becerril, Alcorta, Galarreta y otros chicos del montón. Su estilo lumpen matonesco envenenaba el ambiente y contribuía a que el porvenir luciera aún más sombrío al terminar el 2017. No había llegado aún el momento para el segundo debut del almirante Carlos te-rompo-la-cara Tubino, como el rostro dialogante del fujimorismo. Basta recordar esta estampa para hacerse una idea de la magnitud de los cambios que la escena política peruana ha experimentado en este sorprendente 2018. En un apretado balance, PPK se vio obligado a una vergonzosa renuncia a la presidencia debido a los audios que le grabó el congresista Modesto Mamani, intentando comprar votos para que no lo vacaran; a la fecha está enjuiciado, con prohibición de salir del país y con sus bienes congelados. Alberto Fujimori fue puesto en libertad por unos meses y se determinó que volviera a prisión. Como sabemos, Keiko utilizó su poder omnímodo para expulsar a Kenji de Fuerza Popular, echarlo del Parlamento y destruir su carrera política, llevándose de pasada de encuentro a Fuerza Popular. Se abrió un flanco sobre el cual pudo actuar una nueva generación de juristas del ministerio público, la procuraduría y el poder judicial, no comprometida con la corrupción. Keiko pasó así de la cumbre del poder a la prisión, y su destino motiva apenas eventualmente la melancólica movilización de algunos pocos fujimoristas. Mientras tanto, papá Alberto ha hecho de la Clínica Centenario su segundo hogar, para no volver a prisión. El total aislamiento del fujimorismo le llevó en julio a constituir una mesa directiva del Congreso estrictamente naranja, pues ni siquiera el Apra quiso acompañarlos en su caída. Así llegó a la presidencia del Congreso el ex aprista Daniel Salaverry, quien ahora encabeza una de las facciones más destacadas del fujimorismo, y que ha podido darse el lujo de tomarse unas vacaciones políticas con relación al partido, tiene una línea de coordinación directa establecida con el presidente Vizcarra y puede desobedecer impunemente directivas partidarias, como aquella que pretendía que él firme el vergonzoso decreto ley aprofujimorista destinado a rebajar las penas para el lavado de activos ejecutado por parlamentarios. Normalmente Salaverry ya debiera haber sido expulsado, o sometido a disciplina. Que no le suceda nada es una expresión de la profundidad de la crisis de una organización que hoy literalmente está pegada con babas, que no puede sancionarlo porque una escisión los dejaría sin mayoría parlamentaria. Sólo el Apra no ha cambiado, y se mantiene, ayer como hoy, saboteando todo intento de que en el Perú se haga justicia. El fujimorismo nunca tuvo una propuesta programática que lo cohesionara. Acumuló poder el 2016 reclutando a caudillos locales y regionales que le podían conseguir votos, a través de mecanismos clientelares que han ido perdiéndose en el camino, a medida que el partido se hundía en la crisis. Los golpes sufridos en el poder judicial le han quitado la posibilidad de ofrecer impunidad a sus militantes. ¿Qué impunidad puede ofrecer Keiko si ella misma está en prisión? El enfrentamiento con el gobierno los aleja del acceso a los recursos del Estado para hacer obras (y cobrar coimas). La no reelección inmediata quita a los parlamentarios la motivación decisiva para mantenerse en el entorno de Keiko Fujimori. Hay más bien poderosas razones para tomar distancia, ahora que su porvenir penal pinta oscuro. Ha llegado la hora de buscar playas más amables. Es irónico que en el origen de la cadena de acontecimientos que nos han traído a la situación presente estuviera un berrinche. Uno homérico, claro, de esos que terminan con el berrinchoso consumiéndose en las llamas de su pulsión primaria de venganza infantil, incinerándose en el intento de adecuar el mundo a sus caprichos. La rabieta de Keiko por su derrota ante PPK asume así una trascendencia histórica impredecible.