El Fujimorismo en el Congreso no se equivocó: se portó adrede con arrogancia y matonería. Destruyeron honras, enlodaron a personas de bien.,Ha sido una sorprendente semana de arrepentimiento y reflexión para el Fujimorismo. “Nos equivocamos en las formas” señala una ponderada Úrsula Letona. “La confrontación fue muy belicosa al momento de fiscalizar” nos dice Luz Salgado. “Terminemos juntos esta guerra política reconociendo que hemos sido parte de ella”, propone Keiko Fujimori. Insuficientes estas tibias disculpas, por supuesto. El Fujimorismo en el Congreso no se equivocó: se portó adrede con arrogancia y matonería. Destruyeron honras, enlodaron a personas de bien. El partido que hizo voceros a Becerril, Aramayo y Galarreta no puede hablar de culpa compartida. Su conducta fue caprichosa y abusiva. Pero además de tibias, las disculpas se dan cuando no les queda otra. Más interesante que dilucidar la sinceridad del arrepentimiento es explorar si la opinión pública podría creerlo y si esos gestos alcanzan para mantener unida a la bancada. Probablemente esos, además de evitar la cárcel, sean los verdaderos motivos de la repentina contrición. Sobre lo primero, ya es muy tarde. La protección en el caso de los Cuellos blancos del Puerto, especialmente el blindaje al fiscal Chávarry, termina de hundir a Keiko y su partido, incluso, entre sus simpatizantes. La detención no victimiza a Fujimori como predijeron algunos. Al revés, la hunde todavía más. Según Datum, 86% de ciudadanos la desaprueba y 77% cree que es culpable del delito de lavado de activos. Además, la audiencia de prisión preventiva, salpicada de chats denigrantes y renuncias, está demoliendo lo que les quedaba de imagen. No me queda claro si la entrega de dinero de campaña constituye lavado de activos, pero creo que en términos políticos ello ya es irrelevante. Ha quedado claro que sí hubo un manejo oscuro de finanzas, que se mintió al respecto y que se conspiró contra los que investigaban. Muy difícil, por no decir imposible, limpiarse de la imagen de corruptos. ¿Sirven acaso las renuncias, los perdones y las promesas de cambio para evitar la fuga de sus congresistas? Tampoco creo; solo demoran las próximas deserciones. El liderazgo se sostenía en el miedo y en un pequeño círculo de fieles. La mayoría de parlamentarios fujimoristas son líderes regionales sin mayor vínculo al partido. Soportaban la correa mientras Keiko fuese una locomotora creíble al 2021. Hoy el crédito ya no alcanza para garantizar esa fidelidad. Menos si se aprueba la no reelección de congresistas. Por ello, no sería de extrañar más renuncias en estos días. Es plausible la retirada de un sector que haga concesiones a la oposición. Algo similar al año 2000 cuando varios congresistas fujimoristas optaron por la renuncia y el reciclaje, dejando al cogollo partidario y a los tránsfugas en sus líos judiciales. Hace unos meses (7/7), antes de los audios, señalaba en esta columna que a pesar de su desplome en las encuestas era muy pronto para declarar la muerte política de Keiko Fujimori. Todavía mantenía un núcleo duro de apoyo, había derrotado a su hermano y podía garantizar cierta continuidad electoral a sus congresistas. En una elección fragmentada, como será la de 2021, seguía siendo peligrosa. Hoy se ha evaporado su intención de voto y tiene clavado el estigma de la corrupción. Si sigue en política, su futuro seguro se parecerá al presente de Alan García. El republicanismo clásico señala que los líderes autoritarios hacen crecer la corrupción en la comunidad al privilegiar en su entorno a sobones antes que asesores críticos, a aduladores antes que a funcionarios autónomos. Estos personajes son incapaces de cuestionar a los líderes y tomar decisiones por el bien común. Keiko construyó un entorno a su medida: el congresista agresivo, el analista que solo cantaba sus virtudes y los asesores que la nutrían de conspiraciones. Hoy cosecha lo sembrado.