El festival Sala de Parto trajo a Mark Ravenhill, uno de los dramaturgos más importantes del teatro británico contemporáneo.,En un conversatorio, al autor le preguntaron sobre la posmodernidad en el teatro y su hegemonía en los festivales europeos, y él dijo que no estaba interesado en ese teatro posmoderno que “desconfía de la psicología, el realismo y la empatía y deconstruye la realidad en cuadraditos”, sobre todo porque no le parecía ese teatro que aporte algo al mundo de hoy. Me hizo pensar en un programador de un festival extranjero que lamentaba que en el teatro peruano no hubiera montajes muy experimentales, que nuestras obras no rompieran las formas narrativas. El teatro posmoderno que él reclamaba es ese teatro enfocado en la enunciación, no en el contenido, ofrece ocasionalmente espectáculos deslumbrantes pero a veces se convierte en un carnet de entrada a festivales que en el fondo oculta un mundo vacío y estéril. Los discursos huecos se escudan bien en lo “posmoderno”. La aleatoriedad, la renuncia al significado, la búsqueda de lenguajes escénicos sorprendentes entusiasma a cierto publico pero deja insatisfecho a otro: aquel que, sumido en la angustia de un mundo gobernado por la postverdad, acude al teatro con hambre de sentido. Lo posmoderno desprecia el arte que genera pensamiento a partir del caos, que construye puentes, que propone rutas de comprensión. Es importante retar al público y probar formas diferentes todo el tiempo, pero no olvidemos que el teatro desde sus inicios fue urgente, un espacio privilegiado para confrontarnos con las grandes preguntas de la humanidad. El teatro que perdura a través del tiempo es aquel que se hace cargo de las contradicciones y de las heridas de su tiempo, construyendo sentido en medio del sinsentido del mundo.