La ley trata al trauma sexual como si fuera un automóvil con una avería de origen, que no fue advertida oportunamente. Al hacer esto, desprotege a los niños y adolescentes.,El abuso sexual es un delito que prescribe en muchas legislaciones. El Perú no es la excepción. Lo hemos comprobado hace poco con el caso del Sodalicio, en donde las víctimas solo han podido denunciar ante la justicia el secuestro mental y la asociación ilícita para delinquir, debido a la mencionada prescripción. Si bien esta medida tiene sentido, cuando el tiempo transcurrido permite al juez determinar que el perjudicado no fue diligente para efectuar su denuncia (un bien con una falla, por ejemplo), en lo que atañe a la sexualidad humana es un sinsentido. No en balde los psicoterapeutas la llamamos psicosexualidad, para distinguirla del instinto animal y resaltar su permanente interacción con la mente y la cultura. Por eso afirmo que el abuso sexual no prescribe. Tal como se ha visto en el reciente destape del horror de los sacerdotes pedófilos en Pensilvania, encubiertos durante décadas por la Iglesia católica, o la historia de Reinaldo Naranjo relatada por Gabriela Wiener en Ojo Público, las víctimas denuncian mucho tiempo después de haber sido abusadas. Si es que lo hacen. La razón de esta demora la descubrió Sigmund Freud hace un siglo. El nombre del mecanismo en alemán es Nachträglichkeit. El alemán es un idioma de una capacidad expresiva extraordinaria. Por eso resulta muy difícil de traducir. Este término se denomina en francés après-coup. En castellano se le ha llamado a posteriori o acción diferida. Significa que un acontecimiento traumático, ocurrido en la infancia o la adolescencia, es imposible de simbolizar. Entonces se le encapsula en algún espacio mental. Hasta que muchos años después, un conjunto de circunstancias, entre las cuales se cuentan la adquisición de nuevas capacidades y algún evento detonante, hacen que el trauma retorne y se reviva en toda su violencia patógena. Por eso es que las víctimas mencionadas como las de Karadima en Chile, aguardaron tantos años antes de denunciar. Lo mismo se ha visto con el movimiento #MeToo. Cambios culturales en sintonía con una evolución personal, crean las condiciones para que lo que hasta entonces permanecía envuelto en una bruma de silencio, culpa –por extraño que parezca-, vergüenza y desmemoria, estalle. La prescripción legal desconoce el funcionamiento de la psicosexualidad. Los tiempos de la primera están desfasados de los de la segunda. La ley trata al trauma sexual como si fuera un automóvil con una avería de origen, que no fue advertida oportunamente. Al hacer esto, desprotege a los niños y adolescentes. Los abandona en manos de los abusadores, quienes se escabullen, como Figari en Roma, Daniels en Antioch o los millares de sacerdotes católicos que saltaron de una parroquia a otra, hasta que sus delitos atroces prescribieron. Los adultos cuya memoria por fin emergió e intentaron resignificar los crímenes infames de los que fueron víctimas, cuando eran demasiado pequeños para entender lo que les estaba pasando, son revictimizados por una justicia ciega al funcionamiento de la psiquis humana.