Alberto Vergara. Politólogo y profesor de la Universidad del Pacífico. Acaba de publicar la segunda edición (aumentada) de su libro Ciudadanos sin República: de la precariedad institucional al descalabro político.,Alberto Vergara, politólogo y profesor de la Universidad del Pacífico, repasa en la siguiente entrevista la movida coyuntura nacional, en medio del escándalo de los audios difundidos en los medios y la reforma judicial y política impulsada desde el Ejecutivo como respuesta a la crisis. Vergara acaba de publicar la segunda edición de su libro Ciudadanos sin República: de la precariedad institucional al descalabro político. ¿Qué piensa del caso de los audios que han sido difundidos en estas últimas semanas en distintos medios? Lo primero es que los ciudadanos no creíamos que el Poder Judicial fuese una institución proba y que ahora con los audios recién hemos descubierto que estaba podrida. Eso ya lo sabíamos. Solo se ha visibilizado el problema. Esto me sugiere dos preguntas: una, ¿cómo vamos a reaccionar? Y no menos importante, ¿por qué si todos sabíamos de esta podredumbre no se hizo nada para enfrentarla? ¿Considera entonces que los peruanos hemos sido demasiado tolerantes? Es más un problema político. Ha venido funcionando un sistema de reglas y prácticas que nadie ha tenido el interés, desde el poder, de alterarlo. Era un pleito que nadie quería comprarse, por falta de fuerza, de interés, de convicciones o por conveniencia. ¿Esta es una oportunidad para cambiarlo? Es una oportunidad inesperada. En realidad, una segunda oportunidad porque el 2016 Pedro Pablo Kuczynski ganó la segunda vuelta con una plataforma muy similar a la que Martín Vizcarra intenta utilizar hoy: anticorrupción, pro-instituciones, con una agenda liberal republicana… Al menos eso decía. Por lo menos eso es lo que dijo en los últimos diez días. Sin eso, perdía. ¿Por qué alguien que gana una elección presidencial con esa plataforma la abandona inmediatamente? Entonces esta es una suerte de segunda oportunidad que, ojalá, se aproveche. ¿Esperaba una reacción como la asumida por el presidente Vizcarra? Sí. En el Perú nada está muy estructurado, nadie tiene muchos principios, ni hay alianzas estables ni electorados cautivos. Todo es muy fluido, todo como que se mueve de un lado a otro… ¿Todo es líquido? Líquido, efectivamente. Y el Vizcarra que asumió la presidencia del país no es el mismo de hoy. Pero salen los audios, el viento sopla hacia otra dirección y, no sabemos si por convicción o conveniencia, pareciera reaccionar en el sentido correcto. Ahora, lo que está teniendo eco, más incluso que el contenido de esas reformas, es la actitud de recobrar la iniciativa política. Ese es un primer paso: demostrar actitud y conectar con la indignación ciudadana. Luego, faltan voceros, contenido… Falta la implementación. Claro. Dicho esto, lo que me parece relevante y novedoso es apelar al referéndum. Este es un país que ha sido gobernado, los últimos 18 años al menos, desde la legitimidad tecnocrática, la convicción de que hay unos sabios en el Estado que conocen mejor que la gente lo que esta necesita. Introducir el referéndum es meterle legitimidad popular a la discusión. ¿Coincide con otros observadores en que el fujimorismo ha perdido posiciones en esta coyuntura, frente a la revitalización del gobierno? La intriga mayor que me genera el fujimorismo, más allá de esta coyuntura precisa de los audios, es por qué ha decidido dilapidar su capital político. Keiko es como alguien que hereda 20 millones de su papá, chambea mucho y convierte esos 20 en 40 millones y ahora se los está farreando. No había que ser un gran gurú para prever que una actitud de revancha abusiva con Kuczynski iba a pasarle factura, que la gente iba a castigarla. Pero hasta hoy, no reevalúa. Por eso la pregunta central en la política peruana en este momento es ¿qué hace que un actor político (como Keiko) decida tomar decisiones irracionales constantemente? Es decir, decisiones que sabiendo que no te convienen igual las tomas. ¿Y se anima a responder esa pregunta? Una razón puede ser que la política para quienes están en el fujimorismo sea solo un medio para penetrar en el Poder Judicial. Es decir, estarían en política por motivaciones criminales y no políticas, que requieren de respaldo popular. Otra hipótesis es que hayan asumido que a estas alturas nunca van a ganar unas elecciones por las buenas y que, entonces, toca infiltrar a los organismos electorales, imponer un régimen semiautoritario desde el Parlamento y el 2021 ganar a como dé lugar. Y otra hipótesis es que la derrota del 2016 ha sido algo demasiado traumático y simplemente han chicoteado. ¿Y la simple torpeza no es una posibilidad? No creo. Esto tiene que tener una explicación. ¿Cómo cree que queda el fujimorismo ahora? Yo siempre he creído que el principal activo del fujimorismo era que tenía una buena candidata que prometía estar en la segunda vuelta. La pregunta es qué pasará ahora que, en las encuestas, Keiko figura con índices bajos de popularidad y de intención de voto. Habrá un montón de gente que dirá: ya no me conviene esta locomotora. Y más si obtienen malos resultados en las elecciones regionales. ¿Porque la locomotora perdió fuerza? Así es. Pero otra cosa: el fujimorismo le ha demostrado al país que es un pasajero opositor de Kuczynski o Vizcarra, pero que es el constante opositor del Estado de derecho. ¿El fujimorismo se opone al gobernante de turno en su tarea de opositor permanente del Estado de derecho? Así es. El fujimorismo es una fuerza anti-Estado de derecho. Y se opone a quien quiera crearlo. Y si Keiko desapareciera, esa fuerza la encarnará otro: César Acuña, Phillip Butters o algún líder pastoral evangélico. Este es un país en el que la demanda de no tener un Estado de derecho va a encontrar representación. ¿Qué le sugiere la política peruana en general? ¿Cómo la definiría? En cierto sentido, creo que la política peruana está signada por una artificialidad demasiado expandida. La artificialidad de la mayoría parlamentaria fujimorista que por casualidades político-institucionales termina teniendo una mayoría irreal; la de un presidente como Vizcarra que debe gobernar más de tres años, aunque no haya sido elegido. Hay un contexto en donde situaciones contingentes, artificiales, terminan convirtiéndose en la realidad. Para decirlo borgianamente: ficciones. Sobre todo, por el peso asignado a ciertos actores y procesos. Hay una grandilocuencia en el lenguaje… ¿Exageramos? Cuando dicen que este es un país dividido, por ejemplo. Y yo solo veo políticos peleándose entre ellos. O cuando te hablan de que hay un pueblo fujimorista y otro anti-fujimorista. No hay nada de eso. Yo fui a una de las marchas después del indulto y había seis mil personas en la calle. Poquísimo. Y se supone que es el tema que fractura al país. Exageramos. El vocabulario termina imponiéndose a la realidad. Cada quien construye el mito de su rival. La derecha cree que ya llega Chávez y la izquierda cree que la burguesía y la Confiep son mega-actores, cuando son otros misios… No de dinero, claro. Misios organizativos, políticamente hablando. En cambio, lo que sí hay son los Toñitos Camayos. La derecha quiere ver al chavismo organizado y la izquierda a la burguesía organizada, pero lo que hay en el Perú es un montón de Toñitos Camayos, un individuo con redes… Y con influencia. Efectivamente, que influye, aunque acotadamente. Creo que tenemos una deuda por entender ese entramado entre la justicia y la política. ¿Le despierta alguna ilusión lo que pueda generarse o regenerarse luego de la crisis de los audios? Me gustaría que estos pasos iniciales de Vizcarra, que conectan una iniciativa política recobrada con la indignación ciudadana, den lugar a algo más sofisticado. Para eso se necesita de una estrategia y unos buenos voceros. Me parece que tiene gente valiosa en el gabinete que le puede servir políticamente, como el ministro Vicente Zeballos o la ministra de Cultura, Patricia Balbuena, que ha dado algunas entrevistas bastante buenas. De momento se le ve un poco solo. Como Kuczynski. Pero Kuczynski no tenía ni a la gente ni una agenda. Nunca se “puso el alma”. ¿Se arrepiente de haber escrito esa columna, la de “Ponte el alma, PPK”? Fue muy comentada en la campaña. No, para nada. Esa columna era una invocación y una especie de estrategia con la cual se podía ganarle la segunda vuelta al fujimorismo. Y eso se cumplió. Si la relees está toda teñida de saber que le pides peras al olmo. ¿Teñida de decepción anticipada? Exacto. De hecho, escribí también que el de Kuczynski sería otro gobierno con 20% de popularidad quejándose de no comunicar sus logros. El fracaso del gobierno de Kuczynski es de tal magnitud que me sorprende que hayamos pasado la página tan rápidamente. Dicho sea de paso, el momento político hoy en el Perú es una debacle manufacturada enteramente por la derecha peruana: la montaron al alimón la derecha mototaxi y la derecha Miguel Dasso. El sueño derechista peruano era una elección y una situación en que solo hubiera derechas, sin outsider, sin izquierda. Y la tuvieron. ¿Y qué hicieron? Que crezcamos a la mitad que dos años antes, que la informalidad aumentara, que el déficit sea el más alto en 18 años… Que el gobierno caiga al año y medio. Y que la sensación de desgobierno y desamparo sea general. Es decir, la debacle de la derecha peruana es extraordinaria porque la han montado ellos solitos. Aquí no pueden decir que Goyo, que Humala, que Velasco, no hay tu tía. ¿Se acabó el sueño tecnocrático? No creo, aunque sí se ha puesto en tela de juicio la condición idílica de ese sueño tecnocrático. Por ejemplo, que haya casos de corrupción al interior del MEF significa que la isla de eficiencia estaba penetrada por el continente ineficiente.