Los yuyach proyectan sobre el cuadro a todos los que no fueron pintados: las mujeres, los afroperuanos, los amazónicos, los andinos, la población LGTBQI.,Estuve en la casa de los Yuyachkani en plenas Fiestas Patrias, y me encantó irme de ahí con mi banderita blanquinegra (de luto por la corrupción) y unas calcomanías de héroes de la patria, como la de Micaela Bastidas y su mensaje: “Poder Judicial mata mujeres”, que me regaló Karen Bernedo de Nuevo Perú. Fui a ver Discurso de promoción, una obra estrenada el año pasado y que aquella mañana volvía a escena como parte del nuevo laboratorio de exploración escénica propuesto para jóvenes artistas multidisciplinares. Una alegre kermese de un colegio nacional poco a poco vira hacia una imaginería cada vez más oscura y sublevante en torno a personajes y mitos de nuestra historia republicana. Los espectadores somos parte de ese mundo ensayado. En medio de la fiesta, un personaje me ofrece jugar a la memoria. “¿Crees que debemos hablar del pasado o del presente?”, me pregunta. No por nada Yuyachkani quiere decir “estoy recordando”. La muerte nos ronda. Pronto empiezan a aparecer los episodios más tristes de nuestra historia, las violaciones de derechos humanos más atroces, las opresiones. El cuadro de Juan Lepiani, en el que se ve a San Martín proclamar la independencia, preside el escenario pero para denunciar las ausencias, para evocar a los grandes invisibles del proceso libertario. Los yuyach proyectan sobre el cuadro a todos los que no fueron pintados: las mujeres, los afroperuanos, los amazónicos, los andinos, la población LGTBQI. Eso es lo que ocurre cuando te dejas guiar por un grupo que lleva ya cerca de 50 años evitando que olvidemos lo importante, que pone sobre la mesa asuntos centrales de nuestra identidad, más aún en fechas como estas, en las que nos estamos repensando como país y ciudadanía. Hacia el final, maestros y alumnos empuñan las antorchas encendidas en forma de escudo o de bandera, y avanzan cantando “ansío libertad y amor”, para enseñarnos que debemos reapropiarnos del relato, revolucionar la escuela para revolucionar la convivencia.