La inseguridad de la presidenta

Se ha expuesto a la persona que encarna a la Nación a un peligro latente y evitable.

La situación en la que la presidenta Boluarte es sorprendida por una persona desconocida que le logra alcanzar el cabello para tironear de ella mientras la viuda de uno de los manifestantes asesinados en Ayacucho le increpa y la toma de los brazos solo pone en claro que hay un grave problema de seguridad de la mandataria que debe ser resuelto rápidamente.

Hace pocos días, los custodios del hijo de la jefa del Estado se quedaron dormidos en la guardia nocturna y fueron despojados de sus armas de reglamento.

Boluarte tiene la más alta investidura, representa a la nación y hay que garantizar que lo que simboliza no caiga en la anomia.

Sin embargo, hay que reflexionar además sobre la enorme tragedia ocurrida en Ayacucho hace un año y que se quiso obviar con caramelos lanzados por el aire, sin tomar en cuenta la memoria de los 10 fallecidos durante las manifestaciones de protesta contra el Gobierno instaurado por Dina Boluarte y el Congreso.

En Ayacucho, como en otras ciudades del país, se sembró violencia y se cosechan tempestades. La viuda de Leonardo Hancco, la señora Ruth Bárcena, deberá criar sola a su pequeña hija, porque le arrebataron a su esposo, y también a sus gemelos, quienes aún habitaban en ella. Ha pasado un año y no existe ni un detenido por su muerte, ni siquiera un avance de la investigación sobre este crimen.

Habrá que plantearse los reales motivos de quienes asesoran a la presidenta. No se recomienda un viaje de este tipo sin haberse evaluado previamente los riesgos. Hay varios niveles de decisión en estos casos y consultas a un conjunto de autoridades y funcionarios. Si el viaje a Ayacucho contó con esta evaluación, hay algo que funciona mal o que carece del análisis de la realidad.

Pensar que el dolor del pueblo ayacuchano se aliviará con un carnaval o un caramelo es vivir en una burbuja de falsedad. Se trata de justicia, de sanción ejemplar a los responsables, de vidas perdidas que lamentar y de un duelo que hay que respetar. Sin ese paso previo, no hay perdón a la vista.

La República

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