Imagino que una parte de Estados Unidos, y de la comunidad global, debe haber visto con satisfacción –con fruición incluso– a Donald Trump sentado en un banquillo de los acusados, algo contrito y sin su locuacidad habitual (que desplegó después). Ese hombre soberbio, áspero, delirante y narcisista, finalmente estaba allí, como un ciudadano sospechoso más.
No le había ocurrido a otro expresidente norteamericano, y menos por 34 cargos que lo podrían poner en prisión por un tiempo si se encuentran más pruebas que lo imputen penalmente. Es curioso: pero ahora Estados Unidos se está pareciendo a América Latina también en eso: por la posibilidad de encarcelar mandatarios, no solo por sus raptos de locura política colectiva.
Aun así, este trance tormentoso puede aumentar la popularidad política de Trump. Ya lo dijeron él y sus devotos: es una interferencia en la campaña, se trata de una conspiración ‘comunista’ (una plaga que, según ellos, está a punto de tomar el país), en realidad él ganó las últimas elecciones. En suma, se trataría de una suerte de héroe de la patria incomprendido y maltratado.
El Partido Republicano (el de Abraham Lincoln nada menos) está ahora encadenado a este personaje díscolo, porque es su mejor carta para las próximas elecciones, porque conecta con no pocos ciudadanos que son como él. Porque significa para un grupo la salvación, la resistencia. El exmandatario ha tomado de rehén mentalidades, líderes, estructuras partidarias.
Ha sacado del subsuelo visiones alucinadas, una pasión por las fake news y un ánimo de cruzada para evitar que un mundo, cambiante a pesar de sus contradicciones, llegue. Apoyar a Trump implica despreciar a los inmigrantes, desconfiar de la ciencia, ningunear a las mujeres o a los homosexuales. Nadie se puede comprar ese paquete político sin asumir esos ingredientes torvos.
Es preocupante pensar que el ‘gran país’ esté metido en este enredo político-judicial, que parece remitir a una honda crisis cultural y social. No basta con los profusos y dramáticos tiroteos; ahora, tiene que estar en vilo por un líder que ni siquiera fue muy sensible a este drama. Hay algo en el alma social de una parte de los estadounidenses que evidentemente no está en su sitio.
Trump podría aprovechar el trance para ganar la candidatura republicana, donde hoy arrasa con sus competidores. Aunque asomado a la campaña presidencial en sí, frente a un candidato demócrata, probablemente el aura de ‘mártir’ no le servirá mucho. EE. UU. tendrá esos enormes defectos, pero al final su sistema institucional difícilmente traga episodios tan lunáticos.
Un expresidente yendo al tribunal, con el peligro de ser encarcelado, candidateando con discursos incendiarios, es un trance que –confío– hará meditar a muchas personas. Se podía entender que un empresario lenguaraz sea candidato, reavive sentimientos nacionalistas y prometa el retorno de la grandeza. Un reo no puede vender esa y otras promesas.
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.