El intento de golpe de Pedro Castillo fue una maniobra desesperada y muy mal planeada. El resultado ha sido regalar la legalidad al Congreso. Por ello, Castillo estuvo bien vacado y el gobierno de Dina Boluarte nació de las reglas de juego establecidas. Pero hemos visto el inusitado peso de militares y policías en la instalación del nuevo gobierno. Además, han usado las armas en forma desproporcionada, ultimando a 28 compatriotas, a algunos a traición, como muestra el video de Reuters. Entonces, ¿qué tipo de gobierno conduce la señora Boluarte?
Conviene preguntarse por los militares. Es un hecho que, en cumplimiento de sus deberes, elaboran planes de seguridad nacional detectando amenazas y enemigos a enfrentar. Pero ¿cuál es su idea actual? El coronel que ahora ocupa el cargo clave en inteligencia ha sido muy claro. Su postura coincide con las opiniones de los congresistas que son oficiales retirados. Todos creen en un eje del mal, integrado por La Habana, Caracas y La Paz, que proviene de la vieja alianza castro-chavista hoy reciclada, con nuevos integrantes, pero activa contra el Perú. Ese eje del mal tendría agentes internos que son extremistas herederos de Sendero. Esa matriz preside la política tanto interior como exterior del gobierno Boluarte.
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En esta concepción, los uniformados deberían terminar con los extremistas. Por eso han disparado a matar, sin contemplaciones con los enemigos internos de la patria. Pero el gobierno Boluarte tiene mecha corta. Su tiempo en el poder no alcanza para una dictadura cívico militar al estilo Fujimori. La tarea de Boluarte es más modesta. Lo suyo es un mínimo de estabilidad que permita las contrarreformas del Congreso. La garantía del triunfo de la derecha en las próximas elecciones.
La mayoría del Congreso tiene clara esa meta. Normas legales que le cierren el paso a Vizcarra, que podría revivir la coalición antifujimorista, y a Antauro, a quien le temen por su radicalismo étnico. Inhabilitar a Mirtha Vásquez porque podría ser una buena candidata de izquierda democrática. Su objetivo máximo sería capturar los organismos electorales, que dejen de ser neutrales y se inclinen decididamente a su favor. No quieren correr ningún riesgo.
Por otro lado, la próxima semana la calle podría volver a calentarse y comenzar un nuevo ciclo de protestas. Mientras no haya convocatoria formal para elecciones, es posible una nueva batalla contra la continuidad del congreso. Como sabemos, la identidad con Castillo es elevada en ciertas regiones y se suman muchos agravios que han sido caldo de cultivo de la última explosión. Pero ¿se repetirán las movilizaciones, habrá violencia? Todo parece indicar que el volcán no se ha apagado porque se retroalimenta de la indignación ante el abuso de la fuerza y los asesinatos con alevosía de manifestantes.
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Ojalá las próximas elecciones ayuden a resolver la larga crisis política. Llevamos años en declive y la ciudadanía duda del eventual poder sanatorio de otra contienda electoral. El problema del país no es la falta de elecciones sino la incapacidad de los actores. De cara al futuro no se ve una mejoría sustancial.
El autoritarismo populista puede tener una nueva opción basada en la reforzada identidad étnica, ayer con Castillo, mañana con Antauro o cualquier otro. Asimismo, la derecha religiosa y el fujimorismo volverán a la carga. Los extremismos están intactos y las mafias penetran cada día más en el Estado. Tampoco hay grandes noticias del centro. La centroderecha no ofrece mayor renovación, sigue creyendo en el eje del mal. Los morados parecen desechos. Por su lado, la izquierda democrática no da sus primeros pasos.
Si la oferta electoral es la misma, el país perderá una nueva oportunidad. Veremos qué trae el año nuevo.
Historiador, especializado en historia política contemporánea. Aficionado al tenis e hincha del Muni.