Por qué disgustarse con aquellos que, tras la muerte de una celebridad prestigiosa, hacen eco de su pena en las redes sociales. Ocurrió con Gunter Grass, con Gustavo Cerati, y esta semana con David Bowie. Cientos de personas lamentaron la desaparición del «Duque Blanco» y otros cientos subrayaron su desagrado, su malestar, su incomodidad ante esa manifestación de tristeza colectiva, como si Bowie solo mereciera el llanto de quienes oyeron y coleccionaron todos sus discos, y conocen todas sus letras y los pormenores de su biografía; o como si toda reacción masiva fuese necesariamente producto de una moda vulgar, o de una costumbre por apropiarse de un valor ajeno. ¿Solamente los fans de toda la vida tienen permiso para convertirse en viudas legítimas o reclamarse hijos putativos de un símbolo universal como David Bowie? ¿Los aficionados episódicos no? ¿Aquellos que quizá oyeron una sola canción suya, pero tuvieron con esa canción una relación orgánica, y la sudaron, la memorizaron, la tradujeron y la amaron hasta el tuétano porque esa canción determinaba su ánimo y quizá porque hasta influyó en su vida, acaso ellos no merecen arrojarle un clavel al muerto? Incluso los hinchas de último minuto, los «turistas» que movidos por la corriente general más que por la congoja auténtica comentan en sus muros de Facebook el deceso del artista y cuelgan una foto o video para no quedarse al margen, para treparse al carro digamos, incluso ellos, ¿no tienen derecho a derramar sus lágrimas de cocodrilo? Por qué descalificarlos y tacharlos de ridículos, oportunistas, advenedizos, charlatanes, poseros o falsos. Hay mucha gente intolerante que —acostumbrada a publicitar a diario sus hábitos más ridículos— ve con sospecha a quienes de pronto se confiesan impactados por la muerte de «un personaje de culto», arrogándose algún tipo de autoridad o magisterio para censurarlos. ¿Qué saben ellos de lo genuino o no de las aficiones del resto? Si la intolerancia surge así ante un evento geográficamente tan distante como la partida de Bowie, se imaginan qué formas adoptará cuando tengamos, por ejemplo, que opinar sobre nuestras preferencias electorales.