Navidad. Desde tiempos de la colonia se puede rastrear la leyenda de este niño como una nueva versión del niño Jesús que tiene como origen en la Ciudad de los Incas., David Blanco. EFE Colocado en un pesebre y muchas veces recubierto de plata y otros lujos, el niño que es el centro de la Navidad en la antigua ciudad del Cusco no se llama Jesús e incluso algunos afirman que bien podría ser un personaje distinto al hijo de Dios que los cristianos celebran cada año. Producto de la nutrida imaginería religiosa que se gestó a partir de la difusión del cristianismo en América, el “niño Manuelito” es como se conoce a Jesús en la Ciudad Inca. La directora de Patrimonio Inmaterial del Ministerio de Cultura, Soledad Mujica, explicó a Efe que su nombre deriva de una interpretación de la profecía atribuida al profeta Isaías “de que Dios vendrá como un niño al que se llamará Emmanuel, cuyo nombre en hebreo significa ‘Dios con nosotros’, aunque el mismo texto dice que su nombre original será Jesús”. A pesar de que su origen puede rastrearse hasta el virreinato español, otras versiones sitúan la historia contemporánea de Manuelito en 1975, cuando delegados de la comunidad de Vilcabamba llegaron al taller de Antonio Olave, uno de los artesanos más conocidos del Cusco en el siglo XX. Según la Asociación Inkaterra, los comuneros le pidieron restaurar una imagen de madera del niño Jesús que había sido rescatada de las profundidades de un abismo. Olave escuchó la historia de Q’alito, un pastorcito que se clavó una espina en un pie para consolar a un amigo que pasaba por el mismo percance, y “quedó tan impresionado con el cuento que se convirtió en su inspiración para crear a Manuelito, la imagen de un niño Jesús con una espina en el pie en recuerdo de Q’alito”. “Rápidamente, esta imagen pasó a formar parte de la cultura de Cusco y hoy adorna la gran mayoría de nacimientos en el Perú, tanto en las iglesias como en las casas”, señala Inkaterra. Esa leyenda explica por qué Manuelito es también conocido como el “Niño de la espina” y se le representa con una de ellas clavada en un pie. Sin embargo, Mujica precisa que existe una diversidad de representaciones iconográficas de Manuelito en diferentes localidades de la región Cusco. “Estas pueden ser: sentado en un trono, echado, dormido en el pesebre, llorando con una espina en el pie (“niño de la Espina”), envuelto en pañales (Waitasqacha), como niño pastor, o el niño Varayoq (vara de autoridad), como las versiones más conocidas”, detalló. Otro dato notable es, según explicó Mujica, que “en algunas localidades se cree que el niño Manuelito no es otra versión del niño Jesús, sino un personaje distinto de este”. “Al niño Manuelito se le atribuye un carácter travieso propio de su edad y se cree que su imagen, entendida no como una representación sino como la dimensión corpórea del personaje real, puede salir a jugar y a recorrer los pueblos, por lo que estas imágenes deberán ser guardadas en urnas o cajas de cristal, o incluso estar encadenadas, para evitar que escapen”, detalló. En el Cusco, Manuelito es una figura principal “en la costumbre del Santurantikuy, feria de imaginería artesanal en que se arman escenificaciones de la Natividad a modo de Nacimientos, denominados ‘Misterios’ en esta región”, señaló Mujica. En esta feria se venden los adornos en plata y los vestidos que se colocarán cada año a la imagen del niño que, según se supone, va creciendo y, por tanto, las prendas del año anterior “ya le han de quedar chicas”. La gran valoración que tiene la imaginería tradicional cusqueña ha hecho que especialistas en arte tradicional de diversos países adquieran Manuelitos, algunos de ellos vestidos con trajes de plata, como los que hay en museos de Ecuador y de Cuba, concluyó la especialista.