@gfaveron El docudrama Making a Murderer sigue el caso de dos miembros de una familia de Wisconsin acusados de diversos crímenes por un departamento policial, una fiscalía y un sistema judicial prejuiciados en su contra. Hace treinta años, Steven Avery fue hallado culpable de violación y enviado a la cárcel, donde pasó casi dos décadas antes de que un examen de ADN probara su inocencia. Al salir de prisión, demandó a las instituciones que obraron en su contra. De inmediato, él y un sobrino suyo, Brendan Dassey, de dieciséis años, fueron acusados, juzgados y condenados a cadena perpetua por otro crimen (un homicidio). Making a Murderer dejó en claro que los dos juicios se basaron en pruebas plantadas y testimonios extraídos ilegítimamente. Hace dos semanas un juez ordenó la libertad de Dassey (tras ocho años en prisión), mientras su tío, Steven Avery (que ha pasado la mitad de su vida en la cárcel), apela nuevamente. Al parecer, un análisis de ADN podría probar su inocencia y descubrir la identidad del verdadero homicida. La frase más memorable en las diez horas del documental es una declaración del fiscal: «La presunción de inocencia es para los inocentes». Era su manera de explicarle al jurado que, si uno cree que una persona es culpable, uno no tiene la obligación de respetar sus derechos. Los casos de Avery y Dassey nos recuerdan que esa lógica (que es la del abuso policial pero también la de la guerra sucia) es una forma de ensañamiento con los más débiles. No es algo que pasa en la tele: es un terror con el que viven millones en todo el planeta.