Gracias a nuestro absurdo sistema electoral, los votos del 36% del electorado le han dado al fujimorismo el 56% del Congreso, en lugar de darle poco más de un tercio, como sería esperable en un país donde siquiera las matemáticas tuvieran sentido común. En la segunda vuelta, el 37.28% (no el 49.88%) del total del electorado votó por Keiko Fujimori. Es una cifra enorme pero no es la mayoría. Los electores que no votaron, sumados a los votos blancos y viciados, superaron el 25%. Eso, añadido a quienes votaron por Kuczynski, significa que el 62.72% de los electores votaron contra el fujimorismo o por nadie. La actitud de la cúpula fujimorista indica que, como era previsible, no le interesa interpretar ese mandato, sino utilizar al máximo el poder conseguido, incluso si eso la lleva a sacarle la vuelta a la democracia. Lo que parece estar planeando es una dictadura parlamentaria. Un Congreso que se dedique a rechazar leyes, censurar ministros, perseguir rivales políticos, chantajear al gobierno, desestabilizarlo y colocarlo al borde del abismo. El objetivo imaginable es utilizar la amenaza de una vacancia presidencial para convertir a Kuczynski en una marioneta: o gobiernas como queremos o no gobiernas. Después de todo, atrincherarse en un poder del Estado para someter a los demás poderes es una estrategia que el fujimorismo ya usó antes, desde el golpe del 5 de abril de 1992. Kuczynski puede entregarse o puede hacer algo más difícil pero más honrado: gobernar hasta el límite de su poder y resistir la amenaza en alianza con la sociedad civil, que de seguro estará de su lado.❧