Los analistas políticos deben dejar de vender la historia de que Keiko Fujimori intentó y seguirá intentado una renovación centrista y una limpieza partidaria. Esa idea, repetida por politólogos en esta campaña, es un eco zombi de la propaganda fujimorista, y los analistas que la propalan como si fuera un diagnóstico de la realidad son como jueces que le preguntaran a un sospechoso «¿es usted inocente?» y tomaran la respuesta como veredicto. Esa simplicidad intelectual los transforma en instrumentos del fujimorismo. La noción del nuevo fujimorismo no se habría filtrado tanto en la imaginación de la gente si no fuera porque opinólogos y periodistas descriteriados la han repetido sin someterla al más elemental análisis. ¿En qué consiste el intento de moverse al centro y limpiar el partido? ¿En sacar a los viejos miembros del comité ejecutivo mientras se les mantenía en la banca esperando al 5 de junio para saltar a la cancha otra vez? ¿En establecer alianzas con sindicatos de hampones, mineros ilegales y predicadores homofóbicos, mantener la coalición con el Opus Dei, el Sodalicio, la prensa de siempre, usar como aparato de campaña a los antiguos colaboradores de Montesinos y financiarse con dinero investigado por la DEA? «Tú no has cambiado, pelona», la frase más efectiva de PPK, es un favor para un fujimorismo cada vez más descarado en su naturaleza delincuencial. El voto rehusado de Kenji Fujimori a su hermana nos dice que incluso el cuento del cambio es un esfuerzo que muchos fujimoristas no están dispuestos a hacer, aunque la mitad del Perú se lo trague o finja tragárselo.