Memorias de Nicaragua
"Así como el cubano José Martí se convirtió en precursor del neocomunismo de Castro, César Augusto Sandino mutaría en el precursor del neocastrismo ‘nica”, José Rodríguez Elizondo.
En julio de 1979, previendo la rendición de la Guardia Nacional nicaragüense y la renuncia del dictador Anastasio ‘Tacho’ Somoza —hijo de Anastasio I—, el presidente de los EEUU Jimmy Carter promovió una ayuda sustancial a Nicaragua. El plan era apoyar a las élites liberal-conservadoras, preservar la parte menos contaminada de la Guardia e influir en el “sector moderado” del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Objetivo: institucionalizar democráticamente el país para impedir una “segunda Cuba”.
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Era una rectificación tardía de la fracasada política de rechazo inicial a Fidel Castro, en cuanto presunto comunista. Conducida desde 1959 por el vicepresidente Richard Nixon, había catalizado el poder absoluto y vitalicio del líder cubano. 20 años después, Castro ya tenía instalado en Nicaragua un grupo de seguidores variopintos a los que había unificado en el FSLN. También contaba con Edén Pastora, francotirador carismático, más conocido como ‘Comandante Cero’.
La dirección del FSLN estaba integrada por nueve comandantes dispuestos a seguir el guion de Castro. Entre ellos destacaban el poeta Tomás Borge y los hermanos Daniel y Humberto Ortega. En un segundo nivel había civiles presuntamente democráticos, liderados por Sergio Ramírez Mercado, un joven intelectual marxistagramsciano, quien terminaba sus discursos con un sonoro “Patria libre o morir”. Por cierto, sonaba bastante parecido al lema castrista “Patria o muerte”.
La opción real, entonces, no era la de Carter, de guerrilleros y civiles “moderados” conduciendo Nicaragua hacia una democracia con base amplia. Para buenos entendedores, la realidad mostraba jóvenes castristas dispuestos a gobernar hasta viejos, pues “no rifarían el poder” como decía su lema de endogrupo. La única incógnita era si seguirían liderados por un colectivo o si el tiempo decantaría un líder tan único como el cubano.
Guion previsible
A esa altura, siguiendo la información desde la revista Caretas, veíamos en el proceso nicaragüense una copia en cuatro etapas del modelo cubano. Primera, la asimilación ideológica del patriota histórico. Así como el cubano José Martí se convirtió en precursor del neocomunismo de Castro, César Augusto Sandino mutaría en el precursor del neocastrismo ‘nica’. Segunda, el rechazo a priori de una mejor relación con los EEUU por su previo apoyo a la dinastía Somoza. Los sandinistas solían recordar que, para Theodore Roosevelt, el primer Anastasio era “un hijo de puta, pero nuestro hijo de puta”. Tercera, la eliminación de la Guardia Nacional e instalación de un ejército refundado o del pueblo. Cuarta, la designación de una “Junta de Reconstrucción Nacional” integrada por un comandante (Daniel Ortega), un sandinista civil (Sergio Ramírez), un rector universitario con militancia sandinista oculta (Moises Hassan) y dos notables con perfil empresarial: Alfonso Robelo, empresario antisomocista; y Violeta Chamorro, viuda de un periodista dueño del diario La Prensa, asesinado por sicarios de Somoza. Esta junta tendría el rol de un gobierno de transición, que prometía elecciones competitivas, mientras las tres etapas previas se consolidaban.
Ilustración
A semejanza de lo ocurrido en Cuba con un primer presidente civil de apellido Urrutia, que poco duró, la etapa de la junta fue efímera. Pronto Violeta Chamorro renunció, Robelo se exilió en Costa Rica y Humberto Ortega, jefe a la sazón de un nuevo ejército, dio el puntillazo a las expectativas de Carter. El 23 de junio de 1981, en discurso ante una asamblea de oficiales y milicianos, declaró que la revolución sandinista estaba guiada por “la doctrina científica de la revolución marxistaleninista”. Tácitamente, su hermano Daniel se convertía en el comandante máximo del FSLN y, por tanto, en el jefe máximo de la revolución.
Con pastora y los Chamorro
A esa altura de la novela ‘nica’ yo había entrevistado en Lima al ‘Comandante Cero’, a Violeta Chamorro y a su hijo Pedro Joaquín. El primero, que se sentía hijo postergado de Castro, expuso su vocación de guerrero y contó sus filias y fobias respecto a los comandantes de la revolución. Violeta Chamorro elogió la transición pacífica a la democracia peruana, conducida por el general Francisco Morales Bermúdez, pero fue cautelosa sobre su propia experiencia nacional. Al parecer, aún confiaba en recuperar la esperanza. Pedro Joaquín fue más directo. Ante mi pregunta sobre el rol de Cuba en Nicaragua respondió lo siguiente: “Existe asesoría cubana en los ministerios más importantes y en el ejército. En el sector de las comunicaciones hay mucho cubano. Su presencia exagerada ha provocado reacciones adversas de nicaragüenses que se sienten heridos en su nacionalismo”.
Esto me confirmaba el fracaso de Carter. No pudo impedir una segunda Cuba, el irrepetible Castro ya estaba clonando su revolución en Nicaragua y Ronald Reagan, sucesor de Carter, se preparaba para intervenir.
Tan apasionante proceso captó al toque el interés máximo de nuestro legendario Enrique Zileri. Ahí mismo comenzó a fraguar un reportaje presencial, con gran despliegue fotográfico, sobre la que ya comenzaba a conocerse como “la guerra de Centroamérica”. Así fue como, en la edición del 2 de mayo de 1983, apareció la siguiente y escueta información: “El ‘Comandante Cero’ habría iniciado acciones armadas contra el gobierno sandinista, ayer domingo 1 de mayo. Un equipo de Caretas viajó a Managua esperando el Día D.”
El fantasma de una dinastía
El minimalista equipo de la revista —Fernando Yovera y yo— recorrimos Nicaragua, reporteamos a los principales actores del gobierno y la disidencia, nos escaqueamos ante alguna balacera, pasamos a Honduras para conocer a dirigentes de los ‘contras’ y entrevistamos en Costa Rica al empresario Robelo, uno de los exiliados notables.
El resultado fue un corpus informativo y gráfico que bien merecería desclasificarse. Y no por nostalgia de viejos periodistas, sino porque explica la actual y fascinante concentración del poder en Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. Una especie de replicantes paritarios y advenedizos de Anastasio ‘Tacho’ Somoza.
40 años después, es la historia (casi shakespeariana) de la victoria póstuma de una tiranía dinástica y derrotada.