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Ciencia

A 100 años del descubrimiento de la insulina, el arma contra la diabetes

La insulina, hormona que controla el azúcar en la sangre, ha reducido drásticamente el riesgo de muerte por diabetes, poco después de su descubrimiento en 1921.

La diabetes tipo 1 es insulinodependiente, mientras que la tipo 2 requiere administrar la hormona al principio de la enfermedad. Foto: difusión
La diabetes tipo 1 es insulinodependiente, mientras que la tipo 2 requiere administrar la hormona al principio de la enfermedad. Foto: difusión

La Organización Mundial de la Salud (OMS), en un comunicado del 13 de abril de 2021, estimó que solo en el 2019, la diabetes causó 1,5 millones de muertes en el mundo. Más atrás, el número de personas con aquella enfermedad crónica ya había aumentado de 108 millones en 1980 a 422 millones en 2014. Sin embargo, estas cifras serían mucho más desalentadoras si jamás se hubiese descubierto que una hormona controlaba los niveles de glucosa en la sangre: la insulina.

Por intermedio de un artículo de divulgación científica, subido al medio The Conversation, Francisco López-Muñoz, vicerrector de Investigación y Ciencia de la Universidad Camilo José Cela, y Cecilio Álamo González, catedrático de Farmacología de la Universidad de Alcalá —ambas instituciones ubicadas en España—, recordaron que este 2021 se cumplen 100 años desde que los científicos descubrieron la insulina, un hito trascendental de las disciplinas médicas marcado por la controversia.

En un recorrido histórico, López-Muñoz y Álamo señalan que en 1889, Joseph Von Mering y Oskar Minkovsky, dos investigadores procedentes de Alemania, le separaron quirúrgicamente el páncreas a un perro, lo cual le indujo a un cuadro de diabetes. Por tal motivo, los dos pensaron que alguna sustancia de ese órgano se vinculaba a la regulación de glucosa.

A inicios del siglo XX, según comentan los firmantes del artículo, el médico rumano Nicolae Paulescu obtuvo un extracto llamado pancreatina, pero, al administrarlo a unos perros, se dio cuenta que la sustancia era demasiado potente, pues los animales morían de hipoglucemia, es decir, por una disminución de la cantidad normal de glucosa en el torrente sanguíneo.

Después, Frederick Grant Banting, un cirujano canadiense, y Charles H. Best, becario universitario, en verano de 1921, administraron en perros con diabetes otra clase de extracto pancreático y apuntaron que la glucosa se reducía en un 40% y, además, desaparecía el azúcar en la orina.

John J.R. Macleod, catedrático de fisiología de la Universidad de Toronto, quien conocía a Grant Banting y H. Best, quiso obtener un extracto más, probándolo en vacas y cerdos. El bioquímico James B. Collip apoyó al profesor en esa misión. Tras ello, los resultados del estudio se publicaron en la American Physiological Society.

Aquí empiezan a surgir los conflictos. En 1922, un paciente diabético de 14 años recibió el extracto pancreático de Banting y Best. Debido a una reacción alérgica, el tratamiento no fue exitoso y, a 12 días de esa mala experiencia, le aplicaron el preparado de Collip. Esa variante medicinal funcionó bien porque el bioquímico había eliminado los contaminantes, un paso clave para darle pelea a la enfermedad crónica.

Noticia de la concesión del Premio Nobel de Medicina publicada en Literary Digest, el 23 de diciembre de 1923. Foto: Universidad de Toronto

Noticia de la concesión del Premio Nobel de Medicina publicada en Literary Digest, el 23 de diciembre de 1923. Foto: Universidad de Toronto

Hubo una disputa por el crédito de semejante descubrimiento entre Banting, Macleod y Collip. En 1923, Banting y Macleod ganaron el Premio Nobel de Medicina. El primero se dividió la dotación del premio con H. Best; mientras el segundo hizo lo mismo con Collip.

En la actualidad, hay más de 300 análogos de insulina, cantidad que permite realizar tratamientos personalizados, considerando los hábitos de los pacientes diabéticos.

“Su producción industrial permitió la supervivencia de millones de pacientes, muy jóvenes en su mayoría, que, de otro modo, se veían abocados a una muerte inminente”, concluyen Francisco López-Muñoz y Cecilio Álamo González.

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