Por: Carlos Reyes Ramírez
Hace más de veinte años reside en Madrid, España. Pero sus raíces, como las de las lupunas, se hunden en la selva peruana. Miguel Donayre Pinedo (Iquitos, 1962) es escritor, pero también es ensayista. Precisamente, acaba de publicar Quebradura. Breviario de viajes (Ed. Tierra Nueva), un libro de ensayos que es una inmersión en la Amazonía, ecosistema agredido en su geografía, en su realidad ecológica, pero también en sus gentes, como el sufrimiento en la despiadada época del caucho o en tiempos más recientes, con la incursión de Sendero Luminoso y el MRTA. Un ensayo que señala los problemas, pero también las posibles soluciones.
Quebradura… es un libro que nació, literalmente, de la esperanza. Su génesis se gestó en un hospital, cuando su autor luchaba por su existencia en una sala de Neumología durante la pandemia.
“Tenía una neumonía bilateral y rozaba la muerte. Mi tabla salvadora fue la lectura, sin ella no hubiera sobrevivido”, cuenta Miguel Donayre con la certeza de que estuvo a punto de perder la vida.
“En la soledad de esa cama del hospital brotó la idea de Quebradura…, la cabeza da puntadas por donde uno menos espera. Comentan que Ricardo Piglia estuvo en el fragor de la escritura hasta el día en que se murió; la escritura y lectura como salvación”, continúa, revelando el origen de este libro que mira la historia y las entrañas del bosque.
Quebradura… es un texto de amor por los libros, se percibe la importancia de saber, de conocer. “Leer un libro te hace modesto”, dice Cristopher Morley, la floresta amazónica es un lugar, al decir de los reportes oficiales, de baja comprensión lectora y escasa lectura de libros.
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A través de ese amor por los libros era proponer unos criterios para leer la floresta. No es la visión de un crítico literario que ellos hacen su trabajo –en la floresta adolecemos de estos trujamanes–. Es el testimonio de un pata que trabaja con la lectura y la escritura. Es un espacio, el del ensayo, que quienes vivimos en la floresta no hemos explorado debidamente. Es otro punto de vista que el de un crítico literario.
La selva peruana ha sufrido el asfixiante centralismo limeño que ha retrasado su desarrollo y no ha sido capaz de mirar sus potencialidades fuera de los recursos naturales. El abandono material de las ciudades y, sobre todo, del área rural es palmario.
“Uno de los más grandes defectos es no saber leer la Amazonía. Desgraciadamente, seguimos con esas lentes trucadas, defecto en que propios y extraños incurrimos. Escribir y leer libros en un contexto de baja comprensión lectora era y es también un reto”, enfatiza Miguel Donayre.
Llama la atención que en un libro como Quebradura… que pretende ser “literario”, haya mucha y buena información científica. Sabemos que vivimos el momento del pensamiento holístico, donde nada está separado en compartimientos estancos. La conexión entre el Sahara y la Amazonía estudiada por la ciencia es una de ellas.
-El enlace del Sahara con la Amazonía es una gran metáfora de interconexión del mundo, más en estos tiempos de emergencia climática. Las arenas del Sahara fertilizan los bosques amazónicos a través de un recorrido transcontinental. Literariamente, estas conexiones las ha trabajado de una manera brillante Olga Tokarczuk, gran escritora polaca y Premio Nobel de Literatura 2018. Esa es la exigencia de la interconexión, no solo en la ciencia, es por vivir en la floresta.
El Perú ha tenido y tiene gobernantes cuya mirada fragmenta socialmente el territorio nacional y no trata a todos en las mismas condiciones.
“Los gobernantes han tenido una visión extractivista sobre la floresta y de los Andes, miremos los símbolos del escudo peruano. Apuntan a los recursos naturales, sí, pero desde una percepción del descepe”, indica Miguel Donayre con claridad determinante que nos hace recordar el pasado y el presente del Perú expoliado.
En el libro se puede leer una cita de Fernando Bárcena en la Esfinge muda. El aprendizaje del dolor después de Auschwitz: “No se puede educar despreciando la historia y la memoria biográfica de quien se forma”.
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El libro de Bárcena vendría a pelo que las maestras y maestros de la floresta pudieran leerlo, tendrían más aprecio a lo sucedido en el Putumayo. La historiadora Carmen McEvoy menciona que las peruanas y peruanos adolecemos de una “desorientación cognitiva”, que fácilmente olvidamos, y a los amazónicos y amazónicas nos ha pasado con el caucho o la aproximación a ese sangriento momento de nuestra historia ha sido miope. Nos fijamos en ciertas situaciones con ahínco y olvidamos otras más importantes. Ahí somos campeones, alardeamos el período cauchero por las importaciones de los productos de Inglaterra o Francia, y callamos de las muertes de indígenas que trajo su explotación desmedida para satisfacer los deseos del norte económico. El caucho ha destrozado la vida social en la Amazonía, sus efectos duran hasta hoy como ha sido el racismo, el menosprecio al diferente, al otro. Son las ‘marcas’ del tiempo que perduran que mencionaba la escritora argentina Andrea Milano. Además, las aproximaciones sobre el caucho en la Amazonía han sido con luces cortas o de una simplificación peligrosa. No solo fue la muerte de los caucheros contra los indígenas, también los indígenas asesinaron a los propios indígenas (la zona gris), por eso digo, que el caucho ha destrozado la convivencia en la floresta. Esa misma situación ha sucedido, con los asháninka, Sendero Luminoso ha violentado brutalmente la vida de este pueblo indígena. Un representante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación hablaba de lo sucedido en la Selva Central era de las proporciones de un holocausto. La misma CVR llegaba a la convicción que contra los asháninka se había cometido el delito de genocidio.
En los últimos años algunos escritores de la Amazonía han martillado con la idea que la Amazonía es la última renta estratégica del planeta. Vivimos la era del Antropoceno, el hombre es el responsable de la debacle de los ecosistemas. Veamos, ¿todo en la Amazonía se puede vender? Le pido que hablemos de los bienes comunes y su importancia en contextos sociales de mucha agresión y de lógica extractivista de los recursos naturales y la apropiación de los saberes ancestrales.
“Es una idea o concepto que hay que discutirlo más. No se puede lanzar alegremente a la palestra porque pierde la Amazonía. Hay que extremar el celo porque, efectivamente, se arremete contra los bienes comunes. ¿Cuál o cuáles son su valor en el mercado? Y los saberes ancestrales que andan desamparados. Es otra lógica la que opera en la renta estratégica, la del mercado, en la que la Amazonía casi siempre sale mal parada”, finaliza Miguel Donayre.