Estaba haciéndole una entrevista telefónica a Benjamín Moser, biógrafo de Clarice Lispector –su monumental biografía de la autora brasileña acaba de traducirse por fin al español– y como no tenía otra cosa a mano encendí el Photo Booth para grabarlo. Yo estaba en pijama, tumbada en el sofá, con la lap top encima de mi panza. Moser me estaba hablando de por qué creía que lo que le pasaba a Clarice estaba muy lejos de ser locura y muy cerca a un estado de extrema lucidez. Colgué y seguí escribiendo mi columna. Luego de un largo rato me di cuenta de que había dejado la cámara encendida. Me había puesto una cámara escondida a mí misma para espiarme, mientras no hacía otra cosa que estar frente a la computadora. Verme a mí misma viviendo sin darme cuenta de que vivía ha sido una revelación. ¿Qué ves cuando te ves? ¿Cómo te ves cuando crees que no te ven? ¿Qué descubrirías al verte sin saber que te miras? Yo tecleando y comiendo uvas, yo escupiendo pepas, yo hurgando en mi oreja. Yo mirando, recorriendo absorta la pantalla hasta el asco, con los ojos vidriosos viajando por la colosal información. Yo actualizada. Yo preguntando a alguien si ha visto el video en que los mexicanos cantan “Cielito Lindo” mientras rescatan gente de los escombros. Yo sin esperar respuesta. Yo sin contestar a los que están aquí. Yo dejando comentarios en un hilo de decenas de anónimos. Yo haciendo como si el mundo, lo que me rodea, mi familia, el ambiente cálido de mi casa por la noche, no existiera. Yo mirando sin mirar. Yo ida. Yo en otra dimensión. Yo ajena. Así que así me veo online. Lo que verías hoy, en realidad, si te vieras como yo, no es una persona hiperconectada sino una persona muy desconectada de todo lo importante. Moser me recuerda que en La manzana en la oscuridad, su gran novela sobre perder la razón, Clarice hace una interpretación perfecta de la alienación humana: “La locura significa perder el lenguaje de los otros”. ¿Podremos recuperarlo y volver de ese lugar?