Esta semana resucitó el viejo conflicto por el muro de diez kilómetros que divide Las Casuarinas y Pamplona Alta. Lo mandaron a construir los ricos para protegerse de los pobres hace 30 años. Fueron los pobres, que se quedaban del otro lado, quienes lo levantaron., Oculta entre jardines muy bien podados está la entrada al barrio residencial de Las Casuarinas, en Santiago de Surco, una de las zonas más lujosas de Lima, donde una casa llega a costar hasta dos millones y medio de dólares y donde es común ver circular a Porsches último modelo a cualquier hora del día. La pista de libre tránsito que llega hasta aquí es interrumpida de pronto por un par de tranqueras, dos puestos de vigilancia, una cámara y señalización de todo tipo: un cartel indica el ingreso para los “residentes” y otro para los “visitantes”. No cualquiera puede entrar. Previamente, algún morador de esta especie de oasis de la seguridad debe autorizar el ingreso del visitante a sus guardianes. Así es que apenas llegamos, uno de ellos nos detiene el paso. Le decimos que venimos a ver al representante de la Asociación de Vecinos. “Es para hablar sobre el muro”, aclaramos, y él, quien no se puede identificar porque perdería el trabajo, nos adelanta algo, nos dice tras su caseta que el muro lo construyeron los vecinos por seguridad: “Antes habían robos, bajaba gente de arriba y se metían a las casas, robaban joyas y cosas de valor. Ahora no hay robos por el muro. Nos hemos organizado mejor”. El que habla es un vigilante que vive al otro lado del muro, en un asentamiento humano de Pamplona Alta, en San Juan de Miraflores. Aunque suene irónico, vive detrás de la larga muralla de más de diez kilómetros de cemento y alambrado que la gente para la que trabaja ha levantado con la finalidad de protegerse de gente como él y de sus vecinos. Aquí empieza la ruta que esta semana ha indignado a los limeños, la ruta hacia el cerco al que se ha bautizado como "El muro de la vergüenza". Rara simbiosis “Allá la gente trabaja como jardineros, empleadas del hogar y guachimanes. Entran a Las Casuarinas dejando su DNI en el puesto de vigilancia. A nosotros nos han prohibido pasar el muro”, dice la ayacuchana Natividad Gutiérrez (56), una vecina del asentamiento humano Los Jardines que invadió Pamplona Alta hace veintidós años. Su casa de planchas de lata y madera, ubicada en lo alto de un cerro eriazo, colinda con el límite de concreto que a la fuerza le han impuesto sus vecinos de Las Casuarinas. "Cuando llegué el muro llegaba sólo hasta acá", señala la pared. "Conforme el cerro se ha ido poblando, el muro ha ido creciendo", dice Natividad. Hace tres años sus vecinos de enfrente trajeron sus camiones mezcladores de cemento y levantaron un nuevo tramo del muro para restringir el paso a cinco asentamientos humanos que se venían formando: Nadine Heredia, Defensores de la Rinconada, Nuevo Milenio, Trébol y Vista Hermosa (en total el muro aisla a ocho barriadas). "Vinieron a trabajar más de quince obreros. Yo les cocinaba el menú. Algunos eran de aquí, de Pamplona”, dice Natividad. “O sea, ¿los de aquí levantaron su propio muro?”, le pregunto. “Usted sabe, cuando hay trabajo hay que aprovecharlo”, responde. José Cárdenas, uno de los vecinos del asentamiento Nadine Heredia cuenta que el día en que llegó el contratista de la obra representando a Las Casuarinas, muchos de sus vecinos se le fueron encima tratando de conseguir un puesto de obrero. "Eran tantos que trajeron a la policía para controlarlos", dice. Visto desde aquí, el muro que divide sin pudor a los ricos y pobres de Lima parece el muro que divide a palestinos e israelíes en el Medio Oriente, pero sin guerra. Algunos residentes de las barriadas cuentan que primero era sólo pared y que los rollos de alambrado con púas los pusieron después para que no pudieran siquiera pararse sobre él. Pobre del niño que tirara su pelota al otro lado, rescatarla podría ser un suplicio. Luis (9) muestra una cicatriz que se hizo en el brazo por rescatar a la gallina de su abuela Natividad pasando entre los filosos alambres. Mientras la señala, trepado en una escalera de madera, se desespera y grita: “Mira, allí vienen los ciclistas”. Tras lo alto del muro, para el lado de Surco, lo primero que se ve abajo son las pistas de tierra de lo que parece ser un circuito para ciclistas. Vemos pasar a uno en licra y con casco, a toda velocidad. De fondo se ven las dichosas casas blancas con piscina y jardines de las que tanto hablan los niños que viven de este lado del muro. Aquí, donde todo es terral, un poco de verde es una sorpresa. Aquí, a donde el agua llega en camión cisterna dos veces a la semana y hay que traerla en baldes, pagando por ella hasta 70 soles mensuales, las piscinas son un sueño. Aquí, donde no hay alumbrado público y hay que jalar la luz con cables desde las casas de los vecinos, las luces de Las Casuarinas son un espectáculo. Desde aquí se ve también cómo se extiende Lima hasta el mar, hasta Larcomar, el centro comercial más lujoso del país que está a tan solo 30 minutos. Eso ven los niños desde aquí. El origen En realidad, la historia de este desencuentro entre Las Casuarinas y Pamplona comenzó treinta años atrás, en 1985, cuando las migraciones desbordaban la periferia de Lima. Fue el Colegio La Inmaculada de Las Casuarinas el que levantó el primer muro, uno de tres metros de altura que fue construido en tiempo récord. Según el geógrafo Manuel de los Santos de la Universidad San Marcos, la obra se hizo en cinco días, trabajando de día y de noche con ayuda de grupos electrógenos. Los jesuitas estaban realmente apurados pues veían en los invasores una amenaza para sus alumnos. La primera piedra del muro que se ve serpentear en lo alto de los cerros fue puesta en los asentamientos humanos que están en las faldas de Pamplona. Hablamos de 1990. Pronto las urbanizaciones residenciales de Las Casuarinas llegarían a mirarse frente a frente con las invasiones. Si eso pasaba sus terrenos perderían valor, así es que, para llevar la fiesta en paz, los surqueños idearon un plan: les prometieron a sus vecinos del cerro arborizar el límite. Pero al poco tiempo se dieron cuenta de que los árboles iban a demorar en crecer. Fue aquí que estalló el conflicto. Los roces entre ambos bandos se agudizaron con la persecusión de los líderes de las barriadas. Según las crónicas de la época, Luis Pacheco, líder del asentamiento humano 5 de Mayo, fue a la cárcel ocho días por movilizar a sus vecinos y negarse a la construcción del muro. Meses después, con la obra en marcha y sin que ningún alcalde pudiera pararla, el dirigente de la barriada 12 de Noviembre, Juan Almeida, recibió esta respuesta de una de las dirigentes de Las Casuarinas al cuestionarle el muro: “Usted está loco, cómo esta gente pobre va a caminar junto a la gente de alcurnia”. Así lo señala Manuel de los Santos en una tesis que escribió sobre la muralla, luego de entrevistar a dirigentes barriales de Pamplona. El propio Santos cuenta que Almeida fue denunciado por "tratar de asesinar" a uno de los obreros de la construcción y por volcar e incendiar un vehículo de carga. Lo apresaron y lo liberaron en dos oportunidades. Recién el 2006, tras un largo juicio, fue declarado inocente de todos los cargos. Ahora vive en la selva. Vista Hermosa es el último asentamiento que vive al lado del muro. Hasta aquí sigue llegando gente de la sierra sur del país y aquí se están mudando los hijos ya grandes de los primeros migrantes que llegaron a San Juan. Las rencillas con sus vecinos no han cesado. A lo largo del muro se ven casetas de vigilancia. Julio Taipe (24), un residente de Pamplona, dice que hay guachimanes que custodian el límite de lunes a domingo, a toda hora: "Se corre la voz de que si pasamos al otro lado, nos van a disparar", dice. Mientras tanto, abajo, casi todas las casas de Las Casuarinas parecen verdaderos fortines: tienen cercos electrificados, más cámaras y más seguridad: ¿para qué querrían un muro? Los dos Perú se han encontrado inevitablemente en los cerros y en ningún otro lugar se mide mejor la desigualdad que aquí. Si bien esta semana, durante la reunión anual del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el país se mostró ante los ojos del mundo como la estrella del milagro económico, las diferencias son enormes. La agencia Oxfam -que organizó una visita de prensa al llamado Muro de la Vergüenza- afirma que América Latina es la región más desigual del mundo, ya que en 2014 el 1 % más rico poseía el 41 % de la riqueza local, mientras que el 99 % restante debía repartirse el 60 %. En el Perú, mientras tanto, todavía hay un 25% de ciudadanos pobres que la pasa mal. Tal como los vecinos de Pamplona Alta a quienes les levantan muros para no verlos.