Asesinos por naturaleza. Ciudad al norte de Lima revive el terror que sembró Pedro Nakada, el mayor asesino en serie del Perú, a raíz de que su hermano menor, Vayron, también le quitó la vida a seis personas inocentes esta semana en Japón., Doña Palmira se asoma por la ventana de su bodega en la urbanización Huando, Huaral, cuando los hombres de prensa preguntan por ella. Al creer que se trata de clientes ensaya una sonrisa que, sin embargo, se desmorona cuando se le menciona el nombre de Pedro Pablo Nakada, el asesino de su nieto, Didier Zapata, en 2006. Su cara se contrae y sus ojos liberan lágrimas retenidas desde hace nueve años. “Hasta ahora no lo acepto... ¡No lo acepto! Era mi nieto al que quería tanto... ¡No debieron venir ustedes! ¡No debieron hacerme recordar su muerte!”, reclama doña Palmira con amargura. El paso devastador de Nakada, ‘El apóstol de la muerte’ en Huaral, era una suerte de capítulo cerrado: fue el responsable de al menos 25 muertes en esta ciudad al norte de Lima. Todas sus víctimas —homosexuales, delincuentes, adúlteros y viciosos— murieron con un disparo en la cabeza a manera de ejecución, ya que según Nakada su eliminación significaba ‘purificar’ a la Tierra de ‘elementos nocivos’. No obstante, ese capítulo se vuelve a abrir a 16 mil kilómetros de distancia: en Japón. En el país asiático, el hermano menor de Pedro Pablo, Vayrón Jonathan, asesinó a puñaladas, esta semana, a seis ciudadanos japoneses, entre ellos una anciana y dos niñas. En la urbanización Aparicio, en la que fue la casa del profesor Nazario Tamariz, también asesinado en 2006, el apellido Nakada genera reacciones hostiles. La mujer que nos recibe —y al parecer pariente del difunto— alza la voz tras las rejas de la bodega que atiende. Bate el aire con las manos como quien ahuyenta a las moscas. Nos grita que la señora Ricardina Pérez, madre de Nazario, ha sufrido una crisis diabética desde que unos hombres la visitaron y preguntaron por el recuerdo de su hijo. Diario La República Es comprensible, pues no es fácil borrar la muerte violenta de su hijo que tuvo lugar a solo tres cuadras de su casa. En aquella tarde de noviembre de hace 9 años, los profesores Nazario Tamariz y Didier Zapata paseaban al lado del canal de regadío cuando se cruzaron con Nakada. No lo conocían, ni él a ellos. Pero según contó el asesino a la Policía luego, los vio en ese descampado, tomados de la mano: una expresión de afecto que calificó de inmoral y que desató su ira. Sacó su arma con silenciador que el mismo fabricó, se acercó por detrás de la pareja y le destrozó el cráneo a uno de ellos con un balazo. El otro profesor, aterrorizado, se puso de rodillas ante su verdugo y le suplicó por su vida. Fue en vano. Un segundo disparo en la cabeza consumó su labor ‘purificadora’ que —en el cuadro de esquizofrenia paranoide que padecía— era una orden del mismísimo Dios. Aún temen al ‘apóstol’ Hoy, como recuerdo por tal acto de crueldad, quedan dos pequeñas capillas con los nombres de los infortunados. “Nunca los olvidaremos”, reza una inscripción de mayor tamaño que se contradice con el estado en que se hallan las dos estructuras: llenas de polvo y rodeadas de basura quemada. Y es que nadie en Huaral quiere recordar los hechos feos casi una década después. Ni siquiera los vecinos del taller de mecánica en la urbanización Huaquilla en el que trabajó el ‘apóstol’. Los vecinos, al reconocer a la prensa que llama a sus puertas, optan por no dar señales de vida. Aún temen a Nakada, así esté ausente, encerrado por 35 años en el penal de Carquín. Y los residentes que se ven obligados a salir de sus casas para ir al mercado, niegan haberlo conocido en esos años: Coincidentemente todos son “nuevos en el barrio”. Los pocos en Huaquilla que entablaron conversación con el asesino, a la hora de encontrarse en la bodega, indicaron no reconocerle algún comportamiento anormal. Ni siquiera María Acha Quispe, su prometida y madre de sus dos hijos (de once y doce años de edad )y con la que vivió por tres años en el apartado poblado Cruz de Mayo, de Huaral. A tal punto es la vergüenza de haber compartido cama y casa con el asesino en serie más prolífico del Perú que la propia Acha se niega a sí misma cuando la prensa la aborda en su domicilio y huye en una mototaxi. Su hermana, Susana Acha, pide comprensión, pues desde que María descubrió que su marido era el autor de 25 muertes, desapareció y volvió a Cruz de Mayo, confiada de que todo el asunto quedó en el pasado... Terror por lo de Japón Pero con lo ocurrido en Japón la pesadilla vuelve y las heridas de abren. Sus dos hijos ya se hallan en capacidad de entender las noticias y enterarse por fin de quién es su padre: el hermano de otro carnicero. “Yo, cuando los visitaba, veía a Pedro Pablo muy bien y conversábamos normal. Era un padre ejemplar que jamás desatendió a sus hijos”, recuerda Susana Acha y nos asegura no guardarle resentimiento a su cuñado, pues siempre se portó bien con ella... o será que, en realidad, el temor hacía Nakada también llegó hasta el entorno familiar. Quien no le teme es Teodolinda Villanueva, la tía de Wilmer Muñoz, un estilista de la calle Ánimas, también en Huaral. La noche del 18 de noviembre de 2006, Nakada acudió a su salón de belleza haciéndose pasar como cliente. Según confesó luego, había llegado a sus oídos que Muñoz —aparte de su condición de homosexual— presentaba un comportamiento indecoroso. Cuando se quedaron los dos a solas en el local, el ‘apóstol’ aprovechó un descuido del estilista para darle tres tiros: en la cabeza, el cuello y el torso. “Que venga (Nakada) a matarme. No le tengo miedo”, desafia doña Teodolinda al asesino del sobrino que crió desde los seis años y que considera su hijo. La mujer sabe que la muerte de Wilmer —o Guisella, como lo llamaban— no fue en vano porque ayudó a la posterior captura del asesino. La caída de Nakada Fue en la ejecución de Muñoz que los agentes que investigaban los casos hallaron una evidencia: restos de caucho en el piso del salón de belleza. Este material servía para amortiguar el ruido dentro del silenciador que Nakada fabricó en un taller de mecánica. Además, días después, en la zona de Naturales, un grupo de mototaxistas bebía licor en un descampado, cuando se les acercó un hombre vestido de negro. Era Nakada. Sacó un arma y les dio diez segundos para desaparecer de su vista. Todos obedecieron, pero denunciaron el hecho y ya se tuvo su descripción gráfica. “De ahí comenzamos a indagar. Ya teníamos los puntos por donde se movía el asesino: Huaral, Naturales, Huando y Pampalibre”, recuerda un brigadier de la Policía que por temor pide no mencionársele. Luego, el círculo se fue cerrando hasta determinar que laboraba en un taller de la calle Grau y se procedió a su captura, en medio de disparos, el 28 de diciembre. En la mecánica se hallaron los moldes de los silenciadores y restos de caucho idénticos a los recogidos en el salón de belleza. Era él. Ante los agentes, Nakada admitió con orgullo sus crímenes y se adjudicó una decena más. Ahora, pasa sus días en el penal de Carquín, en Huacho, pero no al lado de los demás internos, sino en la zona de observación por su condición psiquiátrica. Allí se encarga de hacer labores en la cocina, gasfiteria y jardinería, motivado por obtener su libertad, pues como le advirtió al juez que lo sentenció en 2009: “Cuando salga seguiré ‘limpiando’ el mundo de tantos drogadictos, prostitutas y delincuentes”. “Le exigiré que confiese sus crímenes” Otro de los hermanos de Vayron Nakada llegó a Japón y sin revelar su identidad contó a los medios locales que el comportamiento asesino de aquel se debería al maltrato que recibió de niño. Según reveló, el presunto criminal en serie no conoció el amor familiar, pues su padre llegaba borracho a su hogar y lo golpeaba brutalmente con palos y fierros. Entre lágrimas también manifestó que apenas su hermano salga de coma le exigirá que confiese y enfrente todos los crímenes “como hombre”. Por otro lado, contó que Vayron llegó a dicho país hace 10 años y desde entonces comenzó a vivir con otro de sus hermanos que siempre se mostraba violento. Claves La policía de Japón sospecha que los crímenes de Vayron fueron cometidos por apuros económicos, pues un día antes fue visto mendigando. Un residente de la zona contó a los efectivos que horas antes del asesinato un extranjero con las mismas características tocó la puerta de su casa y quiso asaltarlo. Policías que estaban en la zona lo trasladaron a la comisaría de donde huyó.