Desde las cumbres anteriores los temas estándar de la agenda quedaron más o menos fijados en economía, comercio (hay el peligro de guerras comerciales), energía y seguridad regional (narcotráfico incluido). Este año inevitablemente se van a añadir corrupción y geopolítica, definibles como la suerte de numerosos presidentes latinoamericanos y el muro psicológico tendido por Trump frente a la región.,Esta es la semana de la VIII Cumbre de las Américas, dos días en realidad. Será un cónclave mucho más complicado que los anteriores. La postura de Donald Trump frente a América Latina no es la de Barack Obama, lo cual cambiará lo que ha sido el clima habitual de la reunión. Podemos esperar incidentes verbales, por esta y otras razones interamericanas. Desde las cumbres anteriores los temas estándar de la agenda quedaron más o menos fijados en economía, comercio (hay el peligro de guerras comerciales), energía y seguridad regional (narcotráfico incluido). Este año inevitablemente se van a añadir corrupción y geopolítica, definibles como la suerte de numerosos presidentes latinoamericanos y el muro psicológico tendido por Trump frente a la región. Sin duda frente a la difundida corrupción habrá mucho que decir, con todos en contra. Aunque es improbable que los presidentes entren en detalles, pues es una temporada en que, de capitán a paje, muchos de ellos arrastran algún tipo de acusación. A pesar de la extensión del caso Odebrecht, la corrupción tan puesta en evidencia todavía no es vista como un problema común de América Latina. Nicolás Maduro ya declaró hace unos días que la cumbre es una pérdida de tiempo, señal unívoca de que tras semanas de bravatas se ha resignado a no asistir. Pero es probable que los países que lo apoyaron en un documento hagan sentir su presencia en la reunión. No descartemos que se produzca un áspero diálogo Maduro-Trump a la distancia. Con un gobierno recién instalado y un país apenas salvado de las garras del caos, Martín Vizcarra tendrá amplios márgenes para un discurso positivo y esperanzador antes los invitados. La ausencia de Maduro y la presencia de Trump, dos desenlaces que no estaban garantizados, son evidentes triunfos de la diplomacia peruana, con algunas agridulces resonancias menores. Pero el dato de fondo de la VIII cumbre es que América Latina sigue políticamente dividida y (otra vez con las excepciones del caso) convulsionada. La variedad no debería preocuparnos, pero la forma en que el consenso democrático se va descosiendo en demasiados países sí. Al hablar sobre toda la región, Vizcarra no podrá evitar estar hablando sobre el Perú.