La represión violenta, como la que acaba de ocurrir en la universidad de San Marcos, resuelve nada. Las tanquetas y las bombas lacrimógenas agravan los conflictos, atacan la capacidad de pensar. Al humillar y sojuzgar, engendran más violencia.,Este fin de semana que acaba de pasar tuvo lugar en Lima una conferencia internacional titulada La Escena Contemporánea, tomando prestado el nombre del primer libro de José Carlos Mariátegui. Su organizador fue mi colega, amigo y maestro Moisés Lemlij. Para celebrar sus ochenta años, tuvo la formidable idea de hacerlo mediante un encuentro de pensadores de diversas disciplinas, en Lima. De los invitados extranjeros, uno de los que me causó una impresión extraordinaria fue Lord Alderdice. Este nativo de Irlanda del Norte es miembro de la Cámara de los Comunes en el Reino Unido, pero no por un linaje familiar, sino por sus notables servicios a la causa de la paz entre Irlanda e Inglaterra. John Alderdice es psiquiatra. Dado que también es político, ha dedicado sus conocimientos en psiquiatría y psicoanálisis a la dinámica y conflictos de los grupos grandes, en particular comunidades. Entre los muchos conceptos apasionantes que le escuché explicar durante la conferencia, tanto en ponencias al público como en conversaciones más privadas, he retenido para esta nota su idea de la falta de respeto, humillación e injusticia como unos de los motivos que subyacen a las manifestaciones de violencia o terrorismo. No es su primera visita al Perú, gracias a la amistad con Moisés Lemlij. De hecho, entre sus numerosas condecoraciones internacionales figura la medalla de plata del Congreso peruano. En su blog narra precisamente una experiencia que tuvo en Ayacucho: “En el Perú se da un fracaso histórico y, pese a las recientes elecciones, recurrente por parte de los descendientes de los conquistadores españoles para integrar a la mayoría nativa de la población en la vida del establishment. Suelen permanecer pobres, pero también sin ser respetados y excluidos de las posiciones de poder. (…) Hace algunos años participé en una ceremonia en la cual los restos de siete de las decenas de miles de los ‘desaparecidos’ durante la insurgencia terrorista de Sendero Luminoso fueron devueltos a sus familias. Mientras caminaba con las familias por las calles de Ayacucho siguiendo los ataúdes, pocas personas prestaban atención. Seguían con sus asuntos ignorando este múltiple funeral. Estas personas en duelo y sus parientes muertos carecían de importancia; eran escindidos o negados. (…) Pese a la derrota de Sendero, la política en el Perú permanece perturbada”. Como se ve, estas observaciones redactadas hace algún tiempo no han perdido un ápice de actualidad. Mientras sigamos pensando que todo se reduce a crecimiento económico, y los Gobiernos hagan componendas a cualquier costo para conseguirlo, no saldremos de esta espiral de malestar en la civilización que Alderdice ha encontrado en lugares tan diversos como Nepal, Irlanda del Norte o Perú. Tampoco la represión violenta, como la que acaba de ocurrir en la universidad de San Marcos, resuelve nada. Las tanquetas y las bombas lacrimógenas agravan los conflictos, atacan la capacidad de pensar. Al humillar y sojuzgar, engendran más violencia.