En un solo día se fueron dos peruanos ilustres: Genaro Ledesma y Efraín Trelles.,Genaro Ledesma Izquieta, abogado laboralista, fue un decidido defensor de los trabajadores. Tenía orígenes muy modestos y sus estudios universitarios fueron solventados por los campesinos de Cerro de Pasco, bajo la promesa de que más adelante los defendería, lo cual cumplió escrupulosamente. Formó parte de una generación de políticos de izquierda comprometida con las causas populares, donde junto a él destacaron como defensores de los trabajadores Alfonso Barrantes Lingán y Carlos Malpica Silva Santisteban. A lo largo de su agitada vida Ledesma estuvo varias veces en prisión, por defender sus ideales. Su lucha junto al campesinado de la sierra central ha sido recogida por Manuel Scorza en su novela La tumba del relámpago. Estaba preso en la colonia penal del Sepa en 1963, cuando la masiva votación de los trabajadores de la sierra central lo sacó de la cárcel para colocarlo directamente en el parlamento, como diputado electo. Posteriormente fue constituyente, senador y candidato a la presidencia de la República. Retirado de la vida pública, mantuvo su fe y sus convicciones hasta el final. Efraín Trelles Aréstegui, provenía de una poderosa familia terrateniente de Abancay afectada por la reforma agraria y se hizo conocido en el medio académico a comienzos de los años 80 con una brillante tesis universitaria, sobre la vida del encomendero Lucas Martínez Begazo, un personaje que vivió durante el período colonial temprano. El suyo era un texto maravilloso, que combinaba un trabajo riguroso, una sustentación documental muy sólida y la auténtica pasión del investigador que quiere más allá del mar de datos para entender los procesos históricos profundos. Quienes leímos su libro no tuvimos la menor duda de que estábamos ante el nacimiento de un gran historiador, que sin duda nos depararía nuevas obras maestras. Pero algo se rompió en la trayectoria de Efraín y sus demonios lo dominaron. Luego del fallido intento de una tesis doctoral, su producción se detuvo abruptamente. Originalmente sus relaciones y su ambiente fueron de izquierda, pero en un determinado momento viró hacia el fujimorismo, lo cual coincidió con el fin de su carrera académica. Su giro no era del todo extraño; después de todo él formaba parte de una connotada familia fujimorista. Pero el viraje fue fatal para su vida intelectual. Hubo una época en que la derecha tuvo intelectuales de la talla de Raúl Porras Barnechea, Luis Alberto Sánchez, Manuel Seoane Corrales, Roberto Martínez del Villar y otros. Efraín llegó tarde, a un fujimorismo que erige como sus representantes a los Becerril, Bartra y Beteta. Un intelectual mal podía florecer en semejante entorno. Efraín se reinventó dedicándose a lo que descubrió era la vocación de su vida, la crónica deportiva. Alguna vez fui a visitarlo a su oficina, cuando comenzaba su trayectoria. Había montado una sala de prensa completa con su propio peculio, a un costo que obviamente excedía el salario que le pagaban en la radio. Me explicó lo importante que era para él este trabajo y le respondí que me había roto una fantasía que me rondaba: cuántas cosas valiosas podría hacer si no estuviera atado a realizar trabajos escogidos por terceros para ganarme la vida, y pudiera ser mi propio patrón. “Te equivocas, me respondió, si no tienes un trabajo, tu vida carece de eje”. Animado por ese espíritu se embarcó en la crónica deportiva con una gran pasión y con marcado éxito. Tenía grandes ventajas sobre el promedio de sus colegas: era un excelente comunicador, ameno y divertido, hablaba alemán, inglés y quechua, y su sólida formación académica le había dotado de rigor y erudición. Su quehacer le deparó una legión de seguidores. A partir de cierto momento no pudimos estar nunca más de acuerdo en la política, pero el respeto y el aprecio mutuo se mantuvieron invariables a lo largo de los años. Siempre recordaré nuestros amenos encuentros: “¡Hola huanca!”. “¡Hola chanka!”. Descansa en paz, Efraín.