Aún así -y esto es tarea de todos, no solo del Presidente y su próximo Gobierno- necesitamos volver a creer en ese sueño que era el Perú.,Al final de la película Gladiador, de Ridley Scott, Maximus, el general romano que termina como gladiador en el Coliseo, mata en la arena al dictador Cómodo, hijo del emperador Marco Aurelio. Sus últimas palabras, antes de morir él mismo por las heridas traicioneras del dictador, fueron: “Había un sueño que era Roma. Debe ser realizado”. Se las dice a Lucila, también hija de Marco Aurelio. A su vez, ella se dirige a todos los que asisten a la escena, entre ellos el senador Graco que deberá asumir el poder vacante, diciendo: “¿Roma vale la vida de un buen hombre? Solíamos creerlo.” Aunque hay algunas analogías entre el guión de la película y la situación peruana actual (el emperador y sus dos hijos luchando por el poder), también hay grandes diferencias: PPK no ha sido precisamente un déspota ilustrado como Marco Aurelio, menos aún un gladiador que mata al dictador (más bien lo sacó de prisión para salvarse), como Maximus. Sin embargo, lo que me ha traído a la memoria esta escena cinematográfica son las particulares circunstancias y desafíos de la llegada al sillón presidencial de Martín Vizcarra. No voy a sumarme al ya extenso listado de consejos y recomendaciones que ha recibido desde antes de llegar de Canadá, nuestro flamante Presidente. Comenté en un tuit que el ingeniero se debe estar sintiendo como el jugador de la gallinita ciega que tiene la venda sobre los ojos, al que se le dan muchas vueltas para marearlo y se le dice: “¡pues echátelo a buscar!”. Carlín lo ha dibujado a su manera en la caricatura del domingo en La República. Vizcarra dice que escuchará a todos, pero para eso necesitaría superpoderes, y ya sabemos cómo terminan los superhéroes en nuestra política: filmados y denunciados. Aún así -y esto es tarea de todos, no solo del Presidente y su próximo Gobierno- necesitamos volver a creer en ese sueño que era el Perú. Y realizarlo. El verdadero sueño, escribe Nietzche (citado por Claudio Magris en Utopía y Desencanto), es la capacidad de soñar sabiendo que se sueña. Porque lo cierto es que en esta fase de claroscuro en que nos encontramos, la decepción (de mirar lo que ya sabíamos pero preferíamos ignorar) colisiona con la esperanza. Aprender de la experiencia significa en esta historia, me parece, mantener viva la esperanza sin olvidar lo que está sucediendo en nuestro funcionamiento colectivo, en nuestras élites económicas y políticas, en nuestro fallido pacto social. “El desencanto, dice Magris en el citado ensayo, es una forma irónica, melancólica y aguerrida de la esperanza; modera su pathos profético y generosamente optimista, que subestima fácilmente las pavorosas posibilidades de regresión, de discontinuidad, de trágica barbarie latentes en la historia.” De modo que con el riesgo consciente de contradecirme, voy a agregar mi voz a la cacofonía que rodea al Presidente Vizcarra, y le voy a citar las palabras de Lucila, tras la muerte de Maximus: “Háganos creer de nuevo.”