La relación del ejecutivo y el legislativo no se normalizará hasta que se restablezca el balance de poderes, roto con la inconstitucional modificación al reglamento del Parlamento.,Llegado a la presidencia en medio de la peor crisis de los últimos tiempos, a Martín Vizcarra lo espera una tarea titánica. Sus responsabilidades y objetivos solo son comparables con aquellos que debió enfrentar Valentín Paniagua, luego del desplome del gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Las similitudes entre aquella época y la actual son bastante evidentes, y a Vizcarra le convendría mirarse en el espejo de Paniagua para comprender qué mecanismos permitieron el éxito de la transición del 2000. Como en ese entonces, la mayor prioridad es la lucha contra la corrupción. Vizcarra tiene un enorme capital al no estar involucrado en las investigaciones de Odebrecht, verdadero meollo de la tempestad en la que estamos inmersos. Como Paniagua, deberá garantizar la independencia en las investigaciones del sistema de justicia —ahora mismo bajo el fuego de los partidos amenazados—, reforzando a la procuraduría anticorrupción La conformación del consejo de ministros será la gran muestra de la clase de gobierno que Vizcarra quiere encabezar. Al presidente le convendría desoír aquellas voces prejuiciosas e inmaduras que plantean vetos anticipados. Lo que hoy corresponde es la conformación de un gabinete de notables, peruanos con una trayectoria destacada e impecable, capaces de reconducir sus carteras y tomar decisiones por encima del mezquino cálculo político. Vizcarra enfrenta una dificultad que Paniagua no tuvo. Si nuestro Congreso fuese responsable tendría algunas semanas o meses de oxígeno garantizadas, pero nadie puede anticipar por dónde disparará esta oposición. La relación del ejecutivo y el legislativo no se normalizará hasta que se restablezca el balance de poderes, roto con la inconstitucional modificación al reglamento del Parlamento. Para salir de este embrollo, a Vizcarra le conviene defender la independencia del Tribunal Constitucional, que garantice la escrupulosa subordinación de las leyes a la constitución y enderece cualquier intento por torcer la legalidad. Lo mismo ocurre con el sistema supranacional de justicia, que puede servirle de paraguas en los momentos de peor dificultad. El cumplimiento de la resolución sobre el indulto a Alberto Fujimori será un primer paso para recomponer una relación rota por Kuczynski a cambio de salvarse de la primera vacancia. Estas tareas resultarán gaseosas si no hay un correlato ejecutivo. Los peruanos tienen que sentir que el Estado sale del marasmo en el que lo sumió PPK al dedicarle la parte más valiosa de su tiempo a la supervivencia. El gobierno tiene dos grandes pruebas inaplazables: la reconstrucción del norte y la reactivación económica. Pero sobre todo, Vizcarra tiene que devolverle la credibilidad perdida a su cargo. A la suma de todas las tareas reseñadas —y de muchas más— al nuevo Presidente le tocará lavar esa imagen amoral, frívola, elitista e improductiva que deja Pedro Pablo Kuczynski. En cada una de sus actuaciones deberá pensar en la consolidación de un liderazgo que reconduzca al país y lo saque del fondo del hueco donde lo han metido los oportunistas, corruptos e incompetentes que hoy constituyen el grueso de nuestra clase dirigencial. Paniagua lo hizo, Vizcarra tendrá que hacerlo. PD: Todo lo dicho queda supeditado a que Martín Vizcarra asuma la presidencia. Antes de enviar esta columna, veo la farsa armada con la resolución que acepta la renuncia de PPK. La chatura de nuestro Parlamento siempre podrá empeorar las cosas.