Creo, además, que las circunstancias del fallecimiento de Daniel Peredo nos tocaron a todos de alguna manera,El impacto que la muerte de Daniel Peredo ha tenido sobre la opinión pública ha sido impresionante y conmovedor. Una reacción espontánea que ha sorprendido, no porque el periodista no lo mereciera, sino porque muchos desconocíamos su cercanía y arraigo sobre el peruano común y corriente. Pero creo, además, que las circunstancias de su fallecimiento nos tocaron a todos de alguna manera. Escribí por ello en mis redes sociales que uno de mis mayores miedos era, precisamente, tener una muerte súbita e inesperada. Irme de este mundo con cosas sin vivir, con historias sin cerrar, con perdones y disculpas pendientes. El nivel de respuesta que tuve me impresionó, ¡cuántos compartimos el mismo temor! Cuántos tenemos vivencias aplazadas e historias en trámite que dejamos para después. No me cabe duda que la fortuna de partir sin nada inconcluso debe ser privilegio de unos pocos. Vivir la devastadora experiencia de perder a un ser amado me obligó a aprender que no hay nada que envenene más cuerpo y espíritu que el rencor. No digo que sea fácil, todo lo contrario, hay que tener calidad espiritual y desarrollar una inteligencia emocional que no es ajena a muchos porque hay heridas incurables y relaciones irreparables. No significa, por supuesto, que no busquemos justicia o que pongamos la otra mejilla. Se trata solo de vivir en paz. Otra lección que nos debería dejar la muerte de Daniel es cuidarnos. Adoptar una cultura de prevención en nuestras vidas. Cosas que parecen tan simples como una mochila de emergencia, un examen médico preventivo o intentar comer más saludable podrían hacer la diferencia. Lamentablemente son temas que recordamos cuando el desastre ya ocurrió. Mi familia y yo somos un ejemplo de ello. Conversamos sobre la mochila apenas ocurrido un sismo pero –y lo reconozco con vergüenza– al pasar los días volvemos despreocupados a nuestras rutinas hasta el siguiente temblor. No quiero dar lecciones de vida a nadie, yo misma tengo mucho que resolver. Pero las catarsis son siempre saludables y las reflexiones necesarias.