El Sodalicio podrá seguir blindando a los suyos, pero la ley debería ir muy por encima. El abuso de menores, sexual o psicológico, está penado, lo mismo que el encubrimiento.,Según registros recientes, aproximadamente el 75% de peruanos es católico, así que difícil sería decir que la visita del Papa no fue simbólica o importante para un gran sector de la gente. De ahí y de su conexión con la realidad de nuestro país que escriba sobre lo bueno, lo malo y lo feo de la llegada del Obispo del Vaticano. Entre lo bueno destacan algunos de sus discursos acerca de la problemática amazónica, de los pueblos nativos y de las graves consecuencias de una actividad extractiva irresponsable. De hecho, al pisar suelo peruano, el Papa dio un discurso mucho más contundente que el del mismo Kuczynski que parecía solo hablar de “amor y paz”. Francisco habló de la violencia contra la mujer, la trata, la inseguridad y la corrupción. Temas generales, de todos los días incluso, pero que el político peruano promedio suele evadir. Toca ir ahora con lo malo y lo feo. Otras prédicas no dejaron de ser sexistas e inconsistentes con el conocimiento que parecía tener el Papa de nuestra realidad. Decir que el chisme es equiparable al terrorismo y hablar de las monjas “chismosas” no sólo es una broma de mal gusto, sino que es una ofensa para quienes sufrieron el embate del terror durante tantos años. Por más que sus palabras hayan sido dirigidas a un público específico, todo discurso del Papa fue público y tenemos todo el derecho a criticárselo. Siguiendo con lo feo, el Papa aprovechó que estaba en el avión de regreso a Roma para ahí sí pronunciarse sobre el Sodalicio, y no durante su estadía en nuestro país. Aunque claro, aquí los políticos eligen a los periodistas y las preguntas que quieren responder así que, en comparación, deberíamos estar agradecidos que el Papa al menos haya esbozado una respuesta. De todos modos, lo que dijo no convenció. No convenció porque las cosas han empezado a avanzar con la llegada de Bergoglio, pero no porque realmente la Iglesia se haya preocupado con las víctimas. De hecho, la Iglesia aquí nunca ha pedido reunirse formalmente con las víctimas. Mucho menos el Estado. Y es que este es un problema en dos esferas: el legal y el eclesiástico. El Sodalicio podrá seguir blindando a los suyos, pero la ley debería ir muy por encima. El abuso de menores, sexual o psicológico, está penado, lo mismo que el encubrimiento. Si bien la Fiscalía pidió prisión preventiva para Figari en diciembre, parece que debemos estar pendientes para exigir más bien una condena, a él y al resto. Mientras tanto, la Iglesia al mando de Francisco debería ir depurándose. Que el Papa haya tenido que celebrar una misa en Trujillo con el arzobispo del Sodalicio José Eguren, acusado de tráfico de tierras y de encubrir abusos, es indignante. Por último, Eguren debía estar en Tumbes o Piura, ¿Qué hacía con el Papa? ¿Quién lo mandó ahí? Me gustaría pedirle algunas de estas respuestas al cardenal Cipriani que, entre otras cosas, fue quien estuvo a cargo de la ordenación episcopal de Eguren. Pero Cipriani nunca ha tenido respuestas. Sólo un ego muy grande, palabras vacías y ofensas.