Mientras escribo, aún desde Puerto Maldonado, el Papa preside la Misa en la explanada de Huanchaco en Trujillo. Su visita, hasta esta hora, es un éxito rotundo, sobre todo si se la compara con la gira en Chile. El catolicismo peruano tiene una agenda muy complicada, como en tantos otros lugares, pero lo que la hace diferente es un detalle que no es poca cosa. La piedad popular, aquí, está viva. Puede gustar o no a quien tenga una experiencia espiritual más abstracta (o no tenga ninguna religiosidad), pero la fe es un acto de voluntad personal y no responde a lo que cada uno quiere que haga el prójimo. Desde la Amazonía, la visita del Papa ha sido un motivo de aliento por razones más terrenas. Aquí no se ha realizado ningún acto litúrgico y por tanto ha habido menos espacio para lo espiritual y emotivo. El mensaje del Papa sobre la vida de las personas – católicas o no – en los bosques de estas tierras ha sido un mensaje político. Entendamos política como la promoción de los pueblos hacia su bienestar en su mayor amplitud. Es en ese sentido que, más que un mensaje a la gente de estas tierras - a la que escuchó y acogió - fue un mensaje a las autoridades y sociedad para que se oiga el clamor de miles de olvidados respecto a problemas muy reales y concretos: territorio, agua, educación, salud, identidad, cultura. El Papa no ofreció – no podría hacerlo – un menú de soluciones. Apuntó al dialogo y sí, con firmeza, a los problemas. Y dejó en claro lo que todos conocemos. “Aquí hay muchas complicidades”, dijo. Como no saberlo si hasta el gobernador de Madre de Dios – presente en el coliseo - es un promotor de la minería ilegal, aunque en estos días lo niegue. Los aplausos al Obispo del Vicariato Apostólico de Madre de Dios, Monseñor David Martínez, fueron espontáneos y reales. Por más de 110 años esta región inmensa ha sido acompañada por la entrega de misioneros y misioneras dominicas a las que se recuerda con cariño y se aprecia hoy en sus múltiples trabajos por la promoción humana. ¿Por qué? Porque acompañaron a estas personas, fueron a buscarlas, aprendieron sus lenguas y no les impusieron nada. Una evangelización misionera que se ha repensado muchas veces desde el llano, para la gente y por la gente. Por ello, el pueblo se volcó a las calles de Puerto Maldonado a saludar al Papa. Hay que recordar que aquí las condiciones del clima son duras para esperar, por horas, sin sombra. Sin embargo, miles lo hicieron. Tal vez, no tantos como se esperaron en la explanada, pero sí muchos más a los lados de caminos polvorientos. Me encantaría decirles que la organización fue impecable, pero faltaría a la verdad. Una cosa es lo que se ve en una imagen única en televisión (comentada por cada medio) y otra muy distinta lo que se vivió en el suelo. Las restricciones a la prensa han sido muchas y en algunos casos, muy crueles. Transmití tanto para La República TV como para Radio Santa Rosa, parte de la Sociedad Dominica de Medios de Comunicación, una red de radios pastorales en la cual trabajo hace casi dos años. Las restricciones impuestas a las radios católicas, que son decenas en el Perú, fue tal vez lo que más me molestó. Cuando se vaya el Papa, este domingo, la señal abierta no se ocupará más de él. ¿Quién lo hace los 365 días del año por décadas? Pequeñas radios comunitarias regadas por el país que desde Puno hasta Tumbes le hablan de Cristo a sus pequeñas pero muy comprometidas audiencias. Para muchas de ellas no hubo entradas al coliseo o a la explanada. Se hizo un sorteo (nadie sabe con qué criterios), pero no resultaron ganadoras. Me encontré con algunos deambulando por la Plaza de Armas (como yo) tratando de mandar algún material propio que justificara el gasto del viaje, que para estas producciones pequeñas, lo es casi todo. En todo momento, los periodistas que nos inscribimos y resultamos “ganadores” (muchos con equipos incompletos, como el mío) fuimos obligados a cumplir órdenes de personal policial y de la Cancillería completamente irracionales que nada tenían que ver con la seguridad del Papa o con “los italianos”, un gentilicio vago al cual se le achacaba la culpa de todo, cuando ya el encargado no tenía más cara para poner frente a la legitima protesta. También me gustaría contarles que no vi un solo intento de aprovecharse políticamente del Papa. Tampoco puedo hacerlo. Las cámaras enfocaron al Presidente saludando al público en el coliseo (a la explanada no fue), pero no su cabeza gacha mientras oía el mensaje. Problemas de la imagen única, ¿verdad? De otro lado, y de la forma más prepotente, los congresistas fujimoristas Tubino y Donayre se zamparon en la cola de regalos programados por las comunidades nativas y, sin que nadie los llamara, se abalanzaron sobre el Papa. De no creerse, pero lo vi todo. Tomatazos.