A medida que el contagio de Odebrecht se extiende, con diversas intensidades, se va difundiendo también la idea de un nuevo comienzo para la política. Entre las sugerencias más dramáticas está una purga, o incluso nuevas elecciones, como formas de dejar atrás una situación que por el momento no tiene salida a la vista. Pero hoy el gremio político no puede ser fácilmente dividido entre un sector contagiado y un sector aislado del contagio. En verdad todos se declaran libres de contagio. Lo cual dificultaría mucho establecer quiénes serían los llamados a realizar la purga. Además antes de que empiece la purga, tendrían que ser establecidas las culpas. La Constitución le encarga al sistema judicial la tarea de establecer culpas, pero de ninguna manera le encarga purgar al país de políticos corruptos. Al mismo tiempo cuando los partidos se encargan de su propia higiene, el espíritu de cuerpo hace que los resultados tiendan a ser deleznables. No hay, pues, una instancia purgadora idónea. Los destapes y recriminaciones, una mezcla en permanente expansión, que flotan en el ambiente llevan a olvidar que no todos los casos son parejamente serios, comprometedores o punibles. Es decir que en la hipótesis (que es más bien un buen deseo) de la purga, no todos podrían ser medidos con la misma vara, como hoy lo están siendo. Debemos pensar que los proponentes de la purga no consideran que eso sea precisamente lo que está llevando adelante el Poder Judicial. O que los intensos trabajos de fiscales y jueces que estamos viendo solo son una primera etapa de algo que debe ir mucho más allá, en algo así como una versión del socorrido “que se vayan todos”. Todos aquí es mucha gente. Las perspectivas purgantes no son muy esperanzadoras, pues los partidos también son máquinas de supervivencia. Un partido tan condenado por actos de corrupción y tan purgado como el fujimorista a fines del siglo pasado, y con su fundador e inspirador preso, es hoy una exitosa empresa electoral, con renovados problemas de contacto corruptivo. Sin duda el problema no se va a resolver solo, y antes de mejorar, todavía tendrá que empeorar un poco. Ambas situaciones conocidas de sobra en la política.