¿A quién le importan las presas?, ¿a quién le importan esas mujeres que purgan sus delitos y que, aunque el resto no lo crea, sufren y aman y se arrepienten? El día viernes 1 de diciembre estuve en la cárcel de Chorrillos invitada para presentar mi libro “Mujeres y conflictos ecoterritoriales” a las internas. Una vez más, como lo hice religiosamente cada lunes durante cinco años entre 2006 y 2010, pude reencontrarme con esas paredes, esos pabellones y los rostros y sentimientos de muchas mujeres que están pagando la sanción que la sociedad les ha impuesto por sus delitos. La cárcel siempre es gris, lúgubre aún con sol, y aunque en un rincón colorido, que es el jardín de niños, se hayan dibujado patitos y hongos rojos, mejorando lo anterior considerablemente, en muchos otros asuntos las internas siguen iguales o peor. A pesar de las abismales diferencias entre las cárceles de hombres y mujeres, en las segundas por ser más estrictas las normas que se cumplen con regularidad —en las primeras la coima sigue siendo la reina— también se producen diversas injusticias que incluso llegan a la crueldad. Por ejemplo, los diversos talleres ocupacionales cuestan 34 soles mensuales, pero si tu familia no puede asumir el costo, porque eres pobre, y no participas de los talleres, la normativa permite que la reclusa retroceda a régimen cerrado porque no asistes a los talleres ocupacionales: la serpiente se muerde la cola. ¿Qué es un régimen cerrado? El cerrado C implica pasar todo el día en la mínima celda (“ah las cuatro paredes albicantes”) con 2 horas de patio. Pasar a régimen A, implica más horas de patio y actividades o poder almorzar en la zona común: no se trata de un beneficio penitenciario. Es una normativa interna de agrupación de reclusas por peligrosidad. Por eso, hay casos de injusticia que no puedo comprender. Ayer estuve con L.D. que no ha pagado los 34 soles durante los últimos meses y le han sacado todas sus cosas del taller y ahora tiene que llevarlas a su mínima celda donde no entran. Estamos hablando de una mujer de 62 años que está en prisión desde hace 15 años y que se quedará otros diez más: su desesperación se vuelve impotencia y frustración porque sabe que no puede hacer nada contra el reglamento. Y es probable que regrese al régimen cerrado del principio de su carcelería agravando su estado de salud, de por sí delicado por su osteoporosis. En 2014, dos jóvenes españolas, Thais y Tania, sentenciadas por narcotráfico, se suicidaron con cuatro meses de diferencia en el Pabellón C de Chorrillos-Máxima Seguridad por este tipo de injusticias y por un régimen cerrado absurdo y kafkiano. ¿Salió algo en la prensa?, ¿algún prohombre de la nación pudo condolerse? Una amiga me hace recordar al padre Hubert Lanssiers que, con su acento galo arrastrando las erres, solía decir: “es asombroso que el espacio tan reducido de una celda pueda contener tanta pena”.