Hay un golpe en marcha contra la democracia. No es con tanques sino con poder político. No es estruendoso, se lleva a cabo en sigilo y conducido por un pequeño pero poderoso grupo y sus cómplices. El golpe avanza con facilidad porque sus efectos son invisibles en lo inmediato; porque entender y sopesar la magnitud de su daño implica valorar algunos de los elementos más abstractos de una democracia: el equilibrio de poderes y la autonomía de las instituciones. Son elementos abstractos porque no se materializan como, por ejemplo, una elección democrática. Pero son igual de importantes porque el equilibrio de poderes y la autonomía de las instituciones impiden los poderes absolutos. Cuando un poder debilita a otro para acallarlo o controlarlo, la democracia está en grave peligro. Un poder, en este caso el legislativo-fujimorista, que utiliza procedimientos y leyes de manera abusiva para atacar a otros poderes –que son y deben mantenerse autónomos–, en este caso la Fiscalía de la Nación, el Tribunal Constitucional (TC), y la presidencia de la República, es un poder nocivo para la democracia. Tal como Alberto Fujimori lo hizo en su momento desde la presidencia de la República, Keiko Fujimori está abusando de su poder desde el Congreso. Recordemos que ella creció al lado de su padre mientras este destruía la democracia peruana y sus instituciones a punta de sobornos, extorsiones, amenazas y atropellos. Keiko, adolescente entonces, optó por iniciarse en la política suplantando a su madre, Susana Higuchi, como primera dama. Susana había denunciado públicamente que los hermanos del presidente se robaban la ropa donada por el gobierno japonés para los pobres del Perú. Esa denuncia, a inicios casi del gobierno de Fujimori, le costó a Susana ser torturada, silenciada y expectorada de palacio y del gobierno. Keiko eligió no solo no defender a su madre, sino ocupar su lugar como primera dama. Así se inició Keiko en la política y luego acompañó a su padre los 10 años que arremetió contra la democracia y cometió los delitos y crímenes de lesa humanidad por los que purga condena. Por eso, quienes seguimos los pasos públicos de Keiko hace años en su intento por acceder al primer poder del país, quienes vigilamos sus discursos y actos, siempre hemos tenido claro que su compromiso con el concepto de democracia solo ha sido una puesta en escena de conveniencia para engañar a demócratas inadvertidos y acceder al poder. Para ella la democracia es una palabra vacía que se calcula, se diseña en un discurso y se utiliza para ganar votos. Para quienes siempre hemos denunciado su verdadera faz (aun al costo de ser llamados anti u odiadores), no podemos menos que sentir una cierta reivindicación ahora que vemos cómo Keiko muestra su real rostro de abuso de poder y desprecio al Perú; es un alivio ver cómo quienes antes le daban el beneficio de la duda o creían en ella, despiertan. Desafortunadamente es una reivindicación con un costo alto para el Perú, la gobernabilidad y la democracia. Pero eso corre a cuenta de la inmoralidad e irresponsabilidad de su liderazgo. Nuestra responsabilidad y moralidad es difundir a la mayor cantidad de compatriotas lo que Keiko es y cómo es capaz de dañar el país por salvar su pellejo de las acusaciones y procesos por lavado de activos y organización criminal. Las evidencias son visibles para quien está informado: su mayoría parlamentaria viene aprobando investigaciones intimidatorias a otros poderes (TC, Fiscal de la Nación); cambiando leyes nocivas para la salud o la economía de los peruanos pero que benefician a unos pocos bolsillos millonarios (etiquetado de alimentos pro-industriales y Latam); junto al Apra, aliado y cómplice político, intentan callar a la prensa con leyes que buscan recortar libertades (Aramayo/Mulder), o con denuncias millonarias (caso Miguel Ramírez “Eteco”, investigado por la DEA junto a Joaquín Ramírez, financista de Keiko). La democracia peruana, una vez más por culpa de un Fujimori, está bajo ataque. El gobierno de PPK ha demostrado ser incapaz de defender al país, siquiera de defenderse a sí mismo. Luego del ataque a las instituciones se viene el objetivo mayor del fujimorismo de Keiko: la presidencia de la República que no ganó con votos y que pretende arrebatar vacando al imputable PPK. Nadie en la actual política nos representa, nos toca representarnos a nosotros mismos, por el Perú que queremos y defendemos. Sociedad civil, ¡despierta!