No deberíamos perder tiempo ni energía en lamentar la ausencia de Paolo ante Nueva Zelanda por el repechaje. El capitán de la selección es un jugador con la experiencia suficiente para manejar esta crisis. Lo hará mejor que la Federación Peruana de Fútbol, sin duda. El comunicado por el que esperamos el viernes hasta las tres de la tarde tenía un tono acongojado, mezcla de resignación y de agradecimiento póstumo hacia Guerrero, como si este fuera culpable antes de dar la batalla. La FPF ni siquiera se atrevió a convocar una conferencia de prensa y responder preguntas básicas para evitar el teléfono malogrado y tendencioso en las redes sociales. Por el contrario… Y si así trataron a Guerrero… Ya no hablemos de los memes. No de los que muestran a Claudio Pizarro como el sobón del profesor, más que listo y dispuesto a relevar a nuestro número nueve. Esos dan risa. Los que apestan son los otros, esos donde Paolo toma el lugar del Al Pacino en Caracortada, o Diego Armando Maradona lo trata de ahijado por el resultado de la prueba antidoping tras del partido con Argentina. Esos dan asco. Y son tanto o más irresponsables que el propio jugador por la contaminación “involuntaria” de cocaína. Porque a estas alturas todo apunta a que eso fue lo que pasó. Paolo Guerrero es nuestro jugador emblema, sin restarle un ápice de mérito al resto del equipo que dirige el “Tigre” Gareca. Ninguno antes que él, ni Claudio, el “Loco” Vargas o la “Foquita” han demostrado esa garra y entrega en la cancha. Ninguno ha sido líder, ni se ha cargado al equipo al hombro. No son ejemplo ni inspiración para los cientos de miles de jóvenes peruanos que acabaron con el stock de camisetas con su nombre en las tiendas. Lo mínimo que se merece Paolo es el privilegio de la duda. No es un coquero. Lo sé y pongo las manos al fuego por él, aunque suene huachafazo. Dejémoslo tranquilo para solucionar este impasse y alentemos a la selección que está a punto de llevarnos a un mundial después de más de treinta años. Hagamos lo que tenemos que hacer.