Esta semana tres casos vinculados a la violencia contra la mujer nos recordaron lo lejos que estamos de ser un país igualitario y lo difundido de formas de pensar machistas que promueven estas actitudes. Nos dejan distintas lecciones sobre las causas que nutren dicha violencia y la urgencia de promover la igualdad de género como remedio. Un video nos mostró a Martín Camino Forsyth arrastrando salvajemente por la calle a su ex pareja Micaela de Osma. Felizmente la intervención valiente de una vecina permitió detener al sujeto y documentar la denuncia. En este caso la justicia funcionó y hoy Camino está detenido. Pero los dichos del abogado del agresor, quien lanzó una serie de justificaciones absurdas, así como diversos comentarios en redes sociales que atribuían responsabilidad a la víctima mostraron esa cultura machista. ¿Cómo entender que frente a ese video brutal hubo todavía quienes encontraran la forma de atacar a la agredida? El segundo caso es el del economista y analista Juan Mendoza, presunto agresor de la periodista Lorena Álvarez. El caso deja lecciones en dos tiempos. Primero, fue impresionante ver la cantidad de estupideces que se dijeron para desvirtuar la denuncia, desde críticas a Álvarez por no manejar las cosas en forma discreta hasta defensas del denunciado por sus pergaminos profesionales. Pero lo más ofensivo se da en un segundo momento, cuando Mendoza sale a defenderse. De nuevo, nos ofrece una mirada al mundo machista y lo que se consideran justificaciones o explicaciones válidas para conductas aberrantes. ¿Qué tenía en la cabeza Mendoza para pensar que con salir a la ofensiva, denunciar conspiraciones absurdas y menospreciar a su ex pareja, saldría mejor parado? Felizmente la respuesta que recibió ha sido apabullante, con Álvarez mostrando claros indicios de la responsabilidad del “perseguido político”. El tercer episodio muestra el enraizamiento de formas de pensar que atribuyen responsabilidad a las víctimas incluso en una de las instituciones creadas para defender a las mujeres. La congresista de Fuerza Popular, Maritza García, Presidenta de la Comisión de la Mujer, señaló que las víctimas, sin querer, podían desatar la violencia en su contra. De acuerdo a un psicólogo, que calificó como maestro, los “agresores sanos” pueden llegar a la violencia si las mujeres les confiesan su infidelidad o anuncian que dejan el hogar. Indignante, pero todavía más cuando García quiso aclarar lo dicho y más bien dejó clarísimo que no entiende. Su aclaración no iba al punto y más bien, como en los otros casos, su posición minimiza la responsabilidad de quien ejerce la violencia. Todo el discurso que lanzó el día de su desafortunada frase lo muestra. Acusaciones a la víctima, justificaciones de la conducta de agresor, autoridades que aplican criterios machistas, todos patrones poderosos. Romperlos pasa por construir una institucionalidad que asegure la protección de las víctimas, asignar recursos, reforzar la capacitación de funcionarios estatales, promover la educación que alerte sobre las fuertes cargas machistas en nuestra sociedad. Además de felicitar y promover que se denuncie, es urgente garantizar que las denunciantes no estarán solas. Todo esto sucede, y hay que recordarlo con urgencia, en un año en que la promoción de la igualdad de género en el currículo escolar está arrinconada por la agenda de una serie de termocéfalos conservadores. Por el lado más optimista, esta vez hemos visto una mejor respuesta de las autoridades, abundantes muestras de solidaridad e indignación que han acompañado los casos y la enorme diferencia que hace cuando algunos medios se compran la pelea. Pero lograr que esas miles de mujeres que viven aterrorizadas en su propio hogar se sientan acompañadas y puedan denunciar con mayor seguridad es una lucha que involucra a toda la sociedad. Y especialmente a élites todavía predominantemente masculinas que no dan importancia al tema o no reconocen su propia responsabilidad en su perpetuación.