La ley electoral exige casi 800,000 firmas para unirse al club de los partidos. Como si esto no fuera suficiente (en realidad es excesivo) hay iniciativas para complicar más las cosas. En lo nacional se propone una antesala de tres años para entrar a la competencia. En lo regional se plantea la desaparición de los partidos provinciales y distritales. Los argumentos para todo esto son variados, pero al final se reducen a uno: fortalecer a los partidos existentes. La fórmula encontrada para esto es reducir las opciones de los electores, y de paso acotar la tendencia a simpatizar con los partidos y candidatos nuevos. ¿Por qué tres años de espera es el buen plazo? No se explica. El Perú ya parece haber asimilado la novedad, incluso la sorpresa, a su cultura electoral. No nos ha ido tan bien con este hábito, pues las sorpresas suelen venir cargadas de descubrimientos desagradables. La lista de súbitos congresistas que los votantes creían conocer es un elocuente ejemplo, como lo han sido los inesperados cambios de rumbo en las alturas. Hay algo de desesperación en estas reglas restrictivas. Hace unos años se impuso una votación mínima para entrar al Congreso, y luego reglas para mantener juntas a las bancadas, con el argumento de impedir la fragmentación. Desde entonces el Congreso se ha seguido fragmentando igual. Las discrepancias demostraron ser más fuertes que las leyes. El caso de los partidos provinciales y distritales es más grave. Pues en todas las elecciones regional-municipales la suma nacional de estos partidos ha sido mayor que la suma de los partidos nacionales. La gente prefiere votar por agrupaciones de casa, sobre todo allí donde los membretes nacionales escasean, y no se nos ocurre un buen argumento para impedírselo. Lo que venimos viendo son intentos de resolver problemas electorales caso por caso, cuando lo que se necesita es una reforma electoral en regla, precedida de un debate abierto al público. La lógica del fortalecimiento de los existentes no es sino la lógica del fortalecimiento del orden establecido, el cual es el problema en primer lugar. Sin duda el tácito bloqueo de candidaturas que ya están en marcha es inadmisible, aunque no el único problema. Inadmisible también convertir a los partidos ya inscritos en un oligopolio político y en un mercado persa electoral.