¿Cuándo creyó Juan Mendoza que podía aparecer en televisión y convencer a alguien de su inocencia? Con un peritaje pagado por él y ventilando detalles de una relación sentimental que nada tienen que ver con las acusaciones de violencia en su contra. La hombría es entereza, valor, arrojo, discreción, integridad. Un cúmulo de virtudes que hacen que un hombre sea sujeto de respeto y admiración. Mendoza es la antítesis. Encarna la cobardía, el egoísmo y la patanería. No hay hombría en él pese a lo que pueda decir su DNI y su extenso currículum académico. Por el contrario, la periodista Lorena Álvarez, su ex pareja y víctima, nunca quiso hacer de su denuncia un espectáculo. Está claro que el parte policial se filtró a un diario, y que ella solo decidió referirse a una situación muy dolorosa para ella cuando Mendoza apareció en otro canal intentado manipular, ya no a Lorena, sino a la periodista que lo entrevistaba y a la opinión pública. Porque Juan Mendoza está convencido de que así como consiguió que sus ex parejas guardaran silencio y lo perdonaran después de maltratarlas, así podía convencernos a todos. Es un ególatra. Y eso no es atenuante. Corresponde a la justicia sancionar rápida y ejemplarmente al agresor. Lorena, en cambio, se quiebra mientras exhibe una y otra vez las pruebas de que dice la verdad. Es periodista. Pero también una mujer a la que despertaron de un sueño a patadas. No creemos en ella solo por las pruebas. Nos bastó observar cómo su mano temblaba y las lágrimas durante la entrevista. La fragilidad inocente que dejó traslucir cuando dijo que “quería que él fuera feliz” para justificar el comportamiento controlador del que creyó sería el hombre de su vida. Lorena es la víctima y tiene la responsabilidad consigo misma de salir adelante. Y la sociedad de protegerla hasta que lo consiga. Que la ley se cumpla. Y el sentido de justicia prime sobre cualquier leguleyada o intento de presión. El maltratador de mujeres se quitó la máscara en señal abierta.