Jamás el sistema judicial ha estado bajo tanta presión como en estos meses. La expansión constante del caso Odebrecht, con sus acusaciones a figuras prominentes de la política, ha puesto como nunca a jueces y fiscales bajo los reflectores. Por momentos ha parecido que la justicia peruana había ganado prestigio y poder. Pero el primer entusiasmo de la opinión pública con los dramáticos destapes no ha sido duradero. A partir de un momento, las acusaciones de ineficacia, indolencia o parcialidad empezaron a aumentar. Una encuesta de estos días considera al Poder Judicial la institución más corrupta del país, como si nada hubiera variado. La situación de la justicia se ha vuelto complicada. Hay muchos casos de alto perfil que afectan a diversas tiendas políticas importantes, y eso es algo que produce otros tantos focos de protesta y descontento. Con lo cual, la súbita prominencia del sistema judicial se está convirtiendo en una bendición a medias. En semejante clima los casos grandes irritan a los simpatizantes del acusado o preso preventivo, y los casos chicos donde hay actuaciones que huelen mal inmediatamente saltan a la luz pública, como quizás no lo hubieran hecho antes. Esto refuerza la idea que en los bordes de la actividad judicial las cosas no han cambiado. En una de las visiones del asunto, las tareas de estos tiempos han superado la capacidad operativa del sistema judicial, lo cual incluiría su capacidad de resistir las presiones del poder político y la competencia de las investigaciones o los desmentidos de los medios. Obviamente hay acusaciones más ásperas que esas. Ciertamente no ayuda que las decisiones más importantes, no siempre decisivas, sobre culpabilidad de funcionarios y políticos peruanos estén en manos de jerarcas empresariales brasileños, acusados ellos mismos y con un ojo puesto en el futuro de sus empresas en el Perú. ¿Cuántos viajes al Brasil para resolver las cosas? Las cosas en el sistema judicial no son de una sola pieza, y hay allí lo muy bueno, lo bueno, lo malo y lo feo. Pero el problema parece estar en que los mecanismos internos para discriminar no están funcionando, con lo cual justos están pagando por pecadores. Lo cual también se podría aplicar a algunos de los acusados.