El narcotráfico en la zona del VRAEM no tiene el menor interés en tomar el poder del Estado. Lo suyo es mantener el negocio fluido, y para eso necesita columnas y sicarios armados. El narcotráfico tampoco quiere una guerra en serio, sino que senderistas y policías se neutralicen para que la cocaína pueda ser producida y viajar fuera de la zona. El modelo de negocios es el conflicto de baja intensidad. Una victoria del Estado eliminaría a los narcos locales o los debilitaría al grado de hacerlos reemplazables. Una victoria de SL lo convertiría en un negociador con demasiada fuerza frente al narcotráfico, que finalmente es una organización de civiles. Carlos Basombrío, exasperado por el asesinato de tres policías, declara que “nuestra democracia está siendo débil y boba”. Probablemente está aludiendo a la estrategia que de tiempo atrás el Estado se ha planteado frente al VRAEM. Aunque tampoco los esfuerzos están rindiendo demasiados frutos en los espacios urbanos. Hay algunos logros. Pero las cifras de cultivo de coca y de elaboración de cocaína vienen funcionando como una montaña rusa desde hace más de un decenio. Los avances y retrocesos son medidos en hectáreas sembradas o destruidas, en cálculos del volumen de cocaína exportada, y en asesinatos de personal del Estado. El especialista Paul Gootenberg hace notar la diferencia entre las estrategias de Bolivia, Colombia y Perú. Colombia considera la erradicación forzosa fútil e ineficiente. “La inteligencia efectiva para golpear laboratorios y niveles intermedios del negocio da mayores dividendos” en la lucha, afirma Gootenberg. Sin embargo ninguna estrategia antinarcóticos impedirá que las mafias y sus sicarios se defiendan mientras puedan, una situación que inevitablemente producirá víctimas policiales. Bajas doblemente dolorosas cuando el país tiene dificultades para hacerse cargo de que sí estamos ante un peligro serio. Lo cual a su vez tiene efectos presupuestales. Nos preocupamos, razonablemente, por los activos rezagos del terrorismo político. Pero deberíamos preocuparnos más por un narcotráfico que, dentro y fuera del VRAEM, no tiene viso alguno de retroceder. Como si el Estado hubiera declarado a desgano una suerte de tregua frente a un enemigo inflexible. No se trata de criticar a DEVIDA, que hace su mejor esfuerzo dentro de los márgenes de lo posible, sino de revisar la estrategia que está estrechando esos márgenes.