“Una de las mejores cosas que tuvo el periodismo fue que existía una pared infranqueable entre el departamento de publicidad y la redacción”, dijo hace unos días Gustavo Gorriti en un encuentro para hablar sobre la crisis del periodismo. De inmediato recordé aquellas peleas –algunas solo las presencié y en otras participé directamente– entre las redacciones periodísticas con las áreas comerciales y de finanzas. Eran épicas, de vencer o morir. Eran tiempos en los que se comenzaba a vender, casi como parcelas, los sets de televisión y cada espacio de la pantalla. Las exigencias para exponer a los “auspiciadores” eran cada vez mayores. Desde poner una botella con agua, tazas con logos de marcas, menciones directas de los conductores y un sinfín de “ideas creativas” que los haría reír si les contara. Las negociaciones para lograr estos “objetivos comerciales” iban desde el condicionamiento de recursos para trabajar hasta el despido. En esas batallas las primeras acciones cuando no cedías y te iban ajustando el presupuesto eran, por supuesto, prescindir de viajes para coberturas importantes y luego lo más letal, dejar de lado las investigaciones por su alto costo. No voy a mentir, se hicieron algunas concesiones pensando que con eso se evitaba que intervengan en el contenido periodístico. Gran error, con la puerta ligeramente abierta entraron de golpe y a lo bruto. Desde la trinchera que me tocó, por aquel entonces, dimos la pelea. Teníamos una suerte de biblia llamada “libro de estilo” que era, precisamente, esa “pared infranqueable” que señalaba Gorriti. Algo impensable en estos días. Grandes batallas se dieron, se interrumpieron comerciales para dar paso a noticias en vivo de gran importancia (los contratos publicitarios se firmaban con esa cláusula), se vetó publicidad considerada ofensiva y la aprobación de la publicidad política pasaba por el filtro periodístico para evitar que sea falsa y engañosa. Ese libro de estilo era, incluso, nuestra tabla de salvación para enfrentar a algún directivo que intentaba poner presión. Eran otros tiempos, sin duda. Tiempos mejores.