Una ola de demolición de monumentos está arrasando los EEUU. Para algunos esas estatuas representan herencia e historia, para otros simbolizan odio, violencia y opresión. Se trata, en espacial, de las estatuas del General Robert E. Lee, por años representado como un héroe de la Guerra Civil estadounidense (1861 a 1865) que luchó por la identidad de los sureños. Pero esa historia tergiversada durante 150 años está comenzando a derrumbarse masiva e institucionalmente. Hoy se sabe que Lee acometió la guerra de secesión de los Estados Unidos en defensa de la esclavitud de los negros; que fue un cruel esclavista que separaba familias enteras; que los veía como una raza inferior y que pensaba que la esclavitud los hacía mejores. EEUU debate acerca de qué hacer cuando un episodio o personaje sombrío de la historia se ve confrontado con valores que la sociedad actual defiende. Autoridades locales han extirpado las estatuas de sitios públicos o las han cubierto mientras deciden qué hacer; en otras ciudades los activistas las han derribado. Es un tema que interpela a cualquier país sobre qué hacer respecto a lo más sombrío de su historia cuando hay intentos negacionistas y cuando están en juego valores superiores de nación. Es algo que vivimos también hoy en el Perú. Baste ver lo sucedido con la muestra del LUM y la reacción del ministro Del Solar. En los EEUU la lavada de cara del Gral. Lee lleva más de 150 años en marcha. De hecho, una gran parte de sus estatuas se produjeron masivamente durante el movimiento de blancos sureños que intentaba privar a los negros de sus derechos a inicios del siglo 20 y luego durante el movimiento de derechos civiles negros en el 60. Cientos de estas estatuas para plazas públicas fueron financiadas por grupos de poder que también produjeron libros excluyendo la historia de los negros y representando a los confederados como luchadores de derechos. En Perú, el fujimorismo lleva años intentando lavarse la cara tergiversando la historia para blanquearse de sus peores crímenes, asesinatos, torturas, secuestros, esterilizaciones, etc. Si no han logrado ponerlo en libros de historia aún es porque no han vuelto a ser gobierno. Pero en cada declaración negacionista de sus delitos cometidos, en cada grito de falsa inocencia de Fujimori o de sus hijos y defensores, en las psicóticas explicaciones de autosecuestro, automutilación, autotortura, etc., se manifiesta el intento de manipular la historia para que no afecte la imagen de su representación política. La negación de los delitos es la negación de la historia. Y la negación de la historia es lesiva no solo para la narrativa histórica del país sino para aquellos valores que decimos defender como sociedad. Llamarle sesgada a la muestra del LUM como lo ha hecho Del Solar es abdicar del cuidado de la verdad y situarse en la peligrosa frontera del negacionismo vía la relativización. Acusarla de ser política como ha hecho Del Solar es ignorar supinamente que es imposible que no sea política si gran parte de esos crímenes se cometieron durante ese gobierno y con su anuencia y promoción como en muchos casos ha sido probado por los tribunales. Desconocer eso es desconocer la Justicia y su autoridad. El supuesto sesgo es una coartada que usan los negacionistas. La tragedia es que autoridades los avalen en esa pretensión cuando detrás del negacionismo solo hay mezquinos intereses partidarios y de poder. Del Solar se sometió. Eligió callar, barrer la historia bajo la alfombra cuando tuvo la oportunidad de erigirse como un peruano que siente empatía por las víctimas (no blancas, hay que decirlo) y que defiende los valores nacionales más importantes. Si el fujimorismo no tuviera continuidad política, la historia se contaría sin sus resistencias manipuladoras y el país podría avanzar en reconocimiento, respeto y reconciliación. Trump ha sido duramente criticado tras defender a los supremacistas blancos que mataron a una manifestante contra-nazi hace una semana en Charlottesville, Virginia. En sus primeras declaraciones equiparó a los supremacistas con sus detractores, diciendo que hubo violencia de ambas partes y gente de bien en ambos grupos. Hoy enfrenta un pedido de destitución por no defender los valores-país. Perdió autoridad moral. Del Solar ha hecho lo mismo. Ha perdido autoridad moral y capital político por ganar supuesta tranquilidad con una agrupación que sigue mostrando su desprecio por los asuntos nacionales. Mientras no reconozcamos pública, institucional y explícitamente a las víctimas y victimarios de esa sombría parte de nuestra historia, seguiremos por siempre fraccionados. La integración real no se logrará maquillando, manipulando o negando la historia.