Keiko Fujimori hizo llegar un vídeo desde la clandestinidad a los medios para decir que está presente. Era de esperar una explicación al país, luego de que la fiscalía brasileña confirmara oficialmente que Marcelo Odebrecht incluyó anotaciones en sus libretas que alimentan la presunción de que la lideresa de Fuerza Popular recibió sobornos, algo que ella había negado una y otra vez. Pero en su mensaje no dedicó ni una palabra a los controversiales vínculos con Odebrecht y usó más bien las demandas de los maestros en huelga para exigir a Pedro Pablo Kuczynski que cambie de ministros. Queda en el aire la impresión de que alguien anda tratando de desviar la atención. El caso Odebrecht huele cada vez más mal. Esta semana Silvana Carrión Ordinola fue designada nueva procuradora para el caso Odebrecht. La noticia es relevante porque ella ha sido abogada de los Sánchez Paredes, la familia norteña acusada por narcotráfico, y del estudio de abogados Azabache Caracciolo, que asumió la defensa y representación de Odebrecht en el Perú. A esto se añade sus simpatías por el fujimorismo, testimoniadas en las redes sociales, y que su esposo ha sido asesor del presidente del Congreso, el fujimorista Luis Galarreta. Lo más preocupante es que la nueva procuradora no ha sido nombrada por los fujimoristas sino por el gobierno. ¿Existe un real compromiso de PPK con el combate contra la corrupción? El tema demandará un tratamiento más amplio. La huelga de los maestros, que ya lleva dos meses, ha sido motivo para el despliegue de una vasta solidaridad popular y también del oportunismo de políticos como la parlamentaria fujimorista Yesenia Ponce que, llevada por el entusiasmo de encontrarse frente a las cámaras de televisión, proclamó que “Fuerza Popular está identificado con ellos [los maestros], al margen [de] quien sea o no sea terrorista o del Movadef”. La huelga ha sido también motivo para que el gobierno muestre su faz más antidemocrática y autoritaria, gaseando y apaleando maestros en el centro de Lima y agitando el espectro de Sendero Luminoso para reducir las justas demandas magisteriales a un pretexto utilizado por los terroristas para atacar al Perú. El ministro Carlos Basombrío ha bloqueado una y otra vez el diálogo entre el ministerio de educación y los dirigentes magisteriales, a los que ha acusado de terroristas, llevando a la situación bizarra de que la ministra negocie usando como mensajeros a los parlamentarios que se han prestado a facilitar un acuerdo. Ha acusado, asimismo, al profesor Pedro Castillo de ser el enlace entre el Movadef y el grupo senderista “Proseguir” que está en armas en el VRAEM, sin aportar a la fecha una sola prueba que respalde sus afirmaciones. Basombrío ha dicho ante el parlamento que hay 350 integrantes de Sendero Luminoso excarcelados que se han incorporado al magisterio. Estos constituyen el 1 por 1000 (1/1000) de los maestros peruanos y por ellos se pretende descalificar a todo un gremio. En una semana en que se ha aprobado incrementar el sueldo de un subteniente de la Guardia Civil a 3.200 soles, mientras hay maestros que luego de cinco años de estudios ganan 1.200 soles, no hay que ir muy lejos para saber por qué luchan los maestros. Cuando las promesas de apertura democrática del gobierno hacen agua ha jugado un triste papel el ministro de Cultura, Salvador del Solar, que pidió la renuncia del director del Lugar de la Memoria, Guillermo Nugent. Sin reconocer el papel jugado por la queja del parlamentario fujimorista Petrozzi, al que le molesta que se recuerde el papel jugado por el fujimorismo, del Solar ha afirmado que despidió a Nugent porque en su institución se presentó la muestra Resistencia Visual 1992 que, según un sorprendente comunicado del ministerio de cultura, “podía” (sic) haber “mellado la crucial credibilidad y legitimidad del LUM ante la ciudadanía”. El ministro del Solar añade en una carta que la muestra “despedía una clara sensación general de sesgo”. Si esa es la verdadera razón por la que del Solar decidió despedir al director del LUM, es una inconsecuencia clamorosa que deje que la muestra siga exhibiéndose, en lugar de cerrarla de inmediato, como la aparente gravedad de la situación lo ameritaba. Pero parece claro que su celo defensor no da como para que se atreva a asumir consecuentemente la decisión de ejercer la censura. La censura nunca es buena, pero la peor de todas es aquella que no se atreve a llamarse por su nombre.