Espero que los lectores de La República me eximan de abundar en el tópico de las fiestas patrias y el primer año del Gobierno. Sucede que escribo estas líneas en Buenos Aires, donde acaba de concluir el congreso bianual a la Asociación Psicoanalítica Internacional (API), cuyo título ha sido precisamente el de esta nota: Intimidad. Asimismo, ha concluido mi ciclo de cuatro años como dirigente de dicha asociación, fundada por Freud a principios del siglo XX. Fui miembro de su directorio e integrante por Latinoamérica de su Consejo Ejecutivo. Una experiencia extraordinaria, pero ese será motivo de otra nota. Esta vez me quiero referir a lo discutido durante estos intensos días en la ciudad que bien podría ser la capital mundial del psicoanálisis. La intimidad está asociada con situaciones tan diversas como el hogar o el erotismo. La amistad o, paradójicamente, la enemistad. Sí, hay enemigos que son inseparables en la medida que se necesitan para existir. Esto es algo que en ocasiones se encuentra, por ejemplo, en el seno de una pareja. Como dice un célebre verso de Borges: “No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Tampoco es inusual encontrar enemigos íntimos en el ámbito de la política o la religión. Pero acaso el punto esencial es que la intimidad es una condición amenazada por las exigencias cada vez más extremas de lo que José Carlos Mariátegui llamaba, con su elegante clarividencia, la escena contemporánea. Dicho sea de paso, ese es el título de un gran congreso que está organizando, para el año que viene, mi colega y maestro Moisés Lemlij. Sin duda la intimidad será uno de los puntos a tocar en ese evento que contará con una considerable cantidad de invitados internacionales de primer nivel, y no solo del ámbito psicoanalítico. La intimidad se ve amenazada no solo por la tendencia incontenible de compartir, a través de las redes sociales, asuntos baladíes que no deberían salir de la escena privada (o de la locura privada, como decía, en un texto capital, André Green), sino por las patologías propias de nuestro tiempo: los desórdenes narcisistas, las derivaciones psicosomáticas, los ataques al pensamiento. Al punto que Stefano Bolognini, eximio psicoanalista italiano que acaba de dejar la presidencia de la API, habla de una intimidad sana y una patológica. Hay un dolor, una soledad intolerable, una sensación corrosiva de insignificancia que lleva a intentar, con inocultable desesperación, exhibirse para no sucumbir a la tortura depresiva. O bien a establecer relaciones tan estrechas que se renuncia a la propia individualidad. Hay por lo tanto, en este campo como en muchos otros, una urgencia de resistir, incluso de sublevarse contra estos modelos de comportamiento que masifican y despersonalizan. Nada de esto es nuevo, pero puede que nunca haya alcanzado los niveles que la tecnología de hoy, tan necesaria en otros campos, significa como desafío a la indispensable intimidad. Esta vez me quiero referir a lo discutido durante estos intensos días en la ciudad que bien podría ser la capital mundial del psicoanálisis.