Un nuevo aniversario de la fundación del Perú como nación independiente nos convoca a reflexionar sobre el significado de las Fiestas Patrias y el desfile militar, el foco simbólico de la celebración. El sentido de la conmemoración oficial es claro. Se trata de exaltar el papel de las fuerzas armadas como las protagonistas fundamentales de la Independencia y las garantes de la continuidad de la nación. Pero este relato tergiversa la historia, pues las fuerzas armadas peruanas no existían cuando en los campos de batalla se combatió por la Independencia. La guerra fue desplegada por dos ejércitos extranjeros comandados por San Martín y Bolívar, los peruanos participaron como auxiliares. Solo se pudo construir con propiedad las fuerzas armadas nacionales después de 1826, luego de que Bolívar abandonara el país. Sintomáticamente, no se recuerda a los miles de guerrilleros indígenas que constituyeron un valioso aporte en la guerra contra España. La historia patria terminó así siendo utilizada como discurso legitimador del ejercicio del poder oligárquico, que al no tener consenso para su dominación se apoyaba en los militares como garantes de su orden social, con un amplio uso de la “violencia legítima” (su ejercicio es la función última de las instituciones militares y policiales), para aplastar las protestas contra ese orden discriminador y excluyente. Así, estas terminaron convertidas en “las instituciones tutelares de la patria”. Los alcances de esta expresión no suelen ser motivo de reflexión. La tutela es un amparo que se aplica a quienes son incapaces de representarse a sí mismos: niños y discapacitados, por ejemplo. Encomendar la “tutela de la patria” al estamento militar es proclamar la ineptitud de esta como sujeto jurídico capaz de tomar decisiones y de asumir sus responsabilidades. Y el absurdo se redondea cuando se encomienda la “tutela” a una institución constitucionalmente definida como no deliberante, es decir, no política. Una institución no política termina así cubriendo a la patria, la institución política por excelencia, con una paternal tutela, contraviniendo el mandato expreso de la Constitución, que consagra que el estamento militar está sometido al poder civil. Por eso el presidente es el comandante supremo de las fuerzas armadas. El discurso militarista ha construido una imagen de las fuerzas armadas como las salvadoras de la nación y las garantes del orden social; instituciones excepcionales, por encima de las demás, defensoras de las virtudes cívicas de la nación, lo que alimenta un espíritu de casta (“los defensores socráticos”, según Ollanta Humala). La verdad es que estas tienen tanto los méritos como los defectos de cualquier otra institución nacional; son capaces de desplegar heroísmo y abnegación, como lo hicieron al enfrentar el desastre ocasionado por el reciente Niño, como de ser corrompidas y utilizadas para propósitos subalternos, como sucedió cuando se sometieron al dominio de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Ver en un video a todo el comando de la fuerza armada, incluido el comandante general, los comandantes de las tres armas y todos los jefes militares con algún grado de mando significativo, festejando los cumpleaños de Vladimiro Montesinos Torres es simplemente bochornoso (http://bit.ly/2eGQ9jC). Tanto como la firma del “acta de sujeción” a Fujimori y Montesinos (http://bit.ly/2vQcD4S). Pocos militares conservaron en esos tristes momentos la dignidad, como los generales Robles y Salinas, que intentaron dar un golpe para restaurar la democracia. Pero como se recordará fueron delatados por otros militares y el resto se sometió vergonzosamente al nuevo poder. La descomposición institucional terminó con una docena de los más altos jefes militares y un centenar de oficiales intermedios, en prisión, por delitos comunes. El comandante general de las FFAA, el golpista Nicolás de Bari Hermoza, prefirió allanarse a reconocer el robo de 20 millones de dólares para librarse de un juicio por narcotráfico, que podría haber terminado con su extradición a los Estados Unidos. ¿Tiene sentido proseguir con la exaltación militarista? Las fuerzas armadas de los Estados Unidos han ganado dos guerras mundiales y solo fueron derrotadas por Vietnam, pero a nadie se le ocurriría sacarlas a desfilar el 4 de Julio por las calles de Washington y Nueva York. Allí la conmemoración patria exalta por sobre todo la participación popular en la Independencia, reconocida como la obra común de los soldados regulares, guerrilleros, hombres, mujeres y niños, construyendo juntos una nación. Festejemos nuestra diversidad, los 10 mil años de cultura y 5500 años de altas civilizaciones sobre los cuales está construido el Perú moderno. Construyamos una conmemoración patriótica incluyente. Hagámonos, finalmente, dueños de nuestro propio destino. En Construcción