La reciente crisis del APRA es apenas un fragmento de la punta de un iceberg que esconde no solo una crisis mayor de los partidos en el Perú, sino que también ratifica lo que hoy podemos llamar un axioma de esta democracia: partido que gana las elecciones y gobierna este país está condenado en poco tiempo a fracasar por no decir a extinguirse. En las elecciones del 2006 las simpatías por Perú Posible y el toledismo eran tan bajas que no presentó candidato presidencial en esas elecciones, logrando obtener apenas cuatro congresistas. Lo mismo le sucedió al APRA y al alanismo que corrió la misma suerte en las elecciones del 2011: tuvo que retirar a su candidata presidencial, la economista Mercedes Aráoz, actual segunda vicepresidenta del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK), logrando obtener tan solo cuatro parlamentarios, al igual que Toledo el 2006. En las elecciones del 2016, la debacle de ambos fue aún mayor: García, candidato del APRA, que esta vez iba en alianza con el Partido Popular Cristianos (PPC) con el nombre de Alianza Popular, logró apenas un 5,82% en la primera vuelta, mientras que Toledo alcanzó un magro 1,3% de los votos, cuando en las elecciones del 2011 su votación llegó a 15,64%. El PPC, que fue en alianza con el APRA, no logró obtener ni un solo parlamentario. Los cinco congresistas de la Alianza Popular que lograron entrar al Congreso fueron del APRA. El destino de Ollanta Humala y del Partido Nacionalista luego de ganar las elecciones en segunda vuelta a Keiko Fujimori en el 2011 no fue muy distinto al de Toledo y al de García, pero sí más dramático. Tuvo que retirar su plancha presidencial y su lista parlamentaria en las elecciones del 2016. En conclusión, se podría decir que con cada fin de gobierno los partidos gobernantes entran en una crisis profunda. Lo que ha venido sucediendo es una práctica desaparición del partido que ejerció el poder. En estos quince años hemos vivido el fracaso y la disminución a su mínima expresión de los partidos que ganaron el 2001, 2006 y el 2011. Y es posible que lo mismo se repita con el partido ganador del 2016. Lo que aumentaría la crisis de legitimidad del sistema democrático haciéndola inmanejable. La democracia representativa peruana se parece al dios Saturno que, para continuar gobernando, tiene que devorar a sus propios hijos. Berta Barbet en un reciente artículo (¿Qué crisis de la democracia?, El País, 24/04/17) se pregunta si en verdad la democracia (representativa) es la que está en crisis o si más bien son los partidos. La pregunta para Barbet es fundamental porque si, en efecto, es la democracia la que está en crisis lo que habría que hacer es cambiarla por una directa o por una “expertocracia”, es decir, el gobierno de los expertos. Y si son los partidos habría que reformarlos. Para esta autora el problema no estaría tanto en el diseño de la democracia (representativa) sino más bien en su mal funcionamiento, sobre todo el de los partidos ya que son actores claves en un sistema democrático. “Esto apunta a la erosión del vínculo de representación entre partidos y votantes, deteriorando la satisfacción de los ciudadanos con sus representantes, y generando una crisis de legitimidad en el sistema. Una crisis que no tendría que ver con el hecho de tener una democracia representativa, sino con el funcionamiento de los encargados de ejercer la representación”. Y si bien esta explicación es válida para sociedades en las cuales la democracia tiene una larga vida, en el caso peruano la crisis parece ser también la combinación de un tipo de democracia y de un mal, por no decir pésimo, funcionamiento de los partidos. En realidad, la democracia es un adorno que esconde un gran secreto: los que gobiernan no son los elegidos sino más bien otros poderes que nadie controla ni se someten a las reglas de la democracia. Es lo que Francisco Durand ha llamado la “captura del estado”. En este contexto, los partidos terminan por someterse a estos poderes. La crisis de representación no se debe solo a que funcionen mal los partidos o porque aparecen nuevas demandas de participación ciudadana sino también porque no gobiernan. Son otros los que gobiernan y mantienen el poder.