El Fujimorismo intentó acabar con el transfuguismo por decreto. Modificó el reglamento del Congreso para prohibir que los tránsfugas puedan formar nuevas bancadas o unirse a otros grupos parlamentarios. Esta medida buscaba enfrentar con lo que se había vuelto normal en el Congreso. Desde el 2001 las cinco o seis bancadas elegidas al inicio del periodo terminaban siendo ocho o nueve al final del mismo. Más que una medida altruista del Fujimorismo fue una clara estrategia para mantener su mayoría. Como sabemos, la reforma fue declarada inconstitucional por el TC. Otra reforma, bien criolla, intentó mantener las cosas igual pero también fue corregida. Una reciente decisión de la Mesa Directiva permitió implementar la sentencia del TC y crear nuevas bancadas. El resultado es que ya tenemos tres nuevas bancadas y habría una cuarta en camino. Serían once en total, todo un record. Y pocos dudan que vendrán más. La causa profunda de esta progresiva fragmentación es evidente. Sin partidos fuertes, los candidatos presidenciales y sus grupos arman las listas para el Congreso con candidatos que puedan traerles recursos y/o votos. De coherencia ideológica o programática poco o nada. A ello hay que añadir que le ley permite alianzas electorales cuya razón de ser real es pasar la valla electoral. Esas alianzas oportunistas terminan llevando a divorcios una vez que los grupos llegan al Congreso. Sin partidos, no hay horizontes de mediano plazo, lo que prima es el interés inmediato. Las reglas y organización del Congreso también favorecen la atomización. Antes del 2016, con apenas seis congresistas se podía formar una bancada y recibir así una serie de beneficios (asesores, oficina, participación en comisiones). Y ahora, por una decisión razonable al inicio del periodo (permitir a los grupos que pasaron la valla electoral ser bancadas) es posible hacerlo con cinco congresistas. Además, con una Presidencia y tres vicepresidencias, hay un incentivo perverso para formar grupos que puedan negociar planchas electorales y recibir así los beneficios y recursos de dichos cargos. Por diversas razones, en el Congreso peruano es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Obviamente esta atomización afecta a la representación. Mal que bien muchos electores votan por sus opciones al Congreso considerando lo que representan los candidatos presidenciales; por las posiciones e ideas que transmiten dichos candidatos. Algo de orden programático que, por las razones señaladas, es un espejismo. Esas opciones no se representan en la composición y funcionamiento del Congreso. ¿Qué hacer? Obvio que no prohibir. La reforma Fujimorista tuvo un efecto muy dañino que, considero, ayuda a entender en parte la crisis actual de dicha bancada: redujo los incentivos para la negociación. En vez de conversar y negociar con los descontentos, se mantuvo un estilo vertical que negaba ese malestar. Prohibir el transfuguismo por decreto, entonces, no solo es inconstitucional sino que afecta los incentivos para intentar mantener cierta unidad real en el grupo. Algunos proponen que se prohíba el transfuguismo interesado y solo se permita la renuncia por principios. No nos engañemos. Es imposible distinguir entre fines nobles y subalternos. Y es peligroso que sea el Congreso y su mayoría el que determine esta diferencia. Cualquier pillo puede redactar una carta de renuncia invocando principios. De hecho los tránsfugas monetarios de Montesinos también se llenaron la boca con principios. Por allí tampoco va la solución. La solución, lamentablemente, pasa por reconocer que no hay remedio perfecto. Las causas del transfuguismo son más profundas de lo que se puede corregir con reglas. Pero sí pueden tomarse medidas para hacer más difícil y costosa la dispersión. Poner requisitos más altos a las alianzas electorales, aumentar a siete u ocho miembros el número para formar bancadas (con la excepción de los grupos que sean elegidos inicialmente) o quizás eliminar una vicepresidencia del Congreso. Si no, vendrán más bancadas minúsculas.