Daniel Parodi Revoredo (*),Al anochecer del 13 de enero de 1881 culminó una de las batallas más encarnizadas de la Guerra del Pacífico y que recordamos con diferentes nombres: batalla de San Juan; batalla de Chorrillos, batalla del Morro Solar. El enfrentamiento fue sólo uno, pero la amateur estrategia militar aplicada por el Dictador del Perú Nicolás de Piérola explica sus distintas nomenclaturas. Este decidió enfrentar al ejército chileno acantonado en Lurín, oponiéndole una línea defensiva fortificada que se extendió desde los cerros de San Juan de Miraflores hasta el Morro Solar. La línea era muy delgada salvo por ciertas fortificaciones cada tanto, llamadas reductos, que concentraban piezas de artillería y servían de abasto de refuerzos y pertrechos. Pero tanto o más que la batalla de Chorrillos, la colectividad peruana recuerda los desmanes que inmediatamente después las victoriosas fuerzas invasoras perpetraron en el balneario del mismo nombre y que se prolongaron hasta el amanecer. Como consecuencia de estos hechos, la mayoría de lujosas casonas y viviendas del lugar fueron saqueadas, incendiadas y destruidas. Las fotografías de este dantesco escenario constituyen muda memoria del horror y de la barbarie que resultaron de aquella guerra fraticida. Por desgracia, el incendio de Chorrillos no fue el único exceso que tuvo lugar durante la Guerra del Pacífico. Un año antes, en marzo de 1880, el puerto arequipeño de Mollendo fue víctima de una agresión similar del ejército chileno. Otro tanto sucedió con la expedición del almirante Patricio Lynch por el norte del Perú entre septiembre y diciembre de 1880. En aquella ocasión, las ricas haciendas agroexportadoras fueron saqueadas e incendiadas, al igual que humildes poblados. Solo salvaron sus bienes los propietarios que pagaron altísimos cupos de guerra que los llevaron a la quiebra. La capital Lima, ocupada por más de tres años, sufrió también un saqueo casi sistemático de sus obras de arte, bienes culturales y objetos de valor. ¿Qué hacer? Como estudioso de las relaciones peruano-chilenas tengo claro el tiempo que nos separa de aquellos dolorosos acontecimientos y que las actuales generaciones de ambas sociedades no fueron sus protagonistas. Por ello mismo, queda preguntarse de qué manera podríamos resignificar el pasado al punto de saberlo terminado, para evitar conectarnos con él de una manera tan viva y emocional, máxime cuando nuestros países constituyen hoy la alianza económico-comercial más sólida de América del Sur. Al respecto, existen ejemplos preclaros de países que han cerrado las heridas de conflictos pasados y que han llegado a la madurez de conmemorarlos juntos. En nuestro caso, nos asiste además la fortuna de contar con muchos otros acontecimientos binacionales en los que primó la colaboración bilateral. Por tal motivo, soy el convencido de que la mayor exposición de dichos eventos -como la guerra peruano-chilena contra España (1864-1866)- en espacios de difusión y formación ciudadana, como la escuela, resultará fundamental para modificar la conflictiva imagen que nos hemos formado acerca del otro, es decir, de Chile. Sin embargo, esta es una moneda que tiene sus dos caras porque los acontecimientos dolorosos del pasado no se olvidan colocándolos debajo de la alfombra. De hecho, recientemente hemos dado unos pasos hacia adelante: el 2018 el Estado chileno devolvió a su homólogo peruano los libros que fueron sustraídos de la Biblioteca Nacional durante la Guerra del Pacífico, y que aún quedaban en su poder, pues la mayoría de estos fueron devueltos en 2007. Si la repatriación de estos bienes culturales, que implica un importante gesto de reconocimiento de los excesos que se produjeron en aquella conflagración, no ha tenido mayor repercusión es porque no hemos logrado enmarcarla dentro de una política binacional de la memoria que contemple iniciativas como las sugeridas en este artículo y muchas otras más. Mejor temprano que tarde, algún día, ambas partes tendremos que conversar sobre los eventos traumáticos del pasado y ver con qué gestos tornarlos menos dolientes, con la madurez de dos pueblos que han sabido forjar una alianza estratégica a pesar de sus malos recuerdos. (*) Historiador, docente en Universidad de Lima y PUCP.